En este país sólo se habla bien de los muertos, aunque muchos vayan a los entierros para asegurarse. Ahora va a resultar que José Félix González (don Desiderio para Pedro Javier Cáceres, el sabrá por qué) era un tío...
En este país sólo se habla bien de los muertos, aunque muchos vayan a los entierros para asegurarse. Ahora va a resultar que José Félix González (don Desiderio para Pedro Javier Cáceres, el sabrá por qué) era un tío con un carácter encantador incapaz de un mal gesto y que irradiaba sosiego y alegría a su alrededor. Pero esa foto fija de José Félix es más falsa que la piel de Judas. Era un hombre con formación jurídica, alma de tratante de esclavos y léxico de carretero, que entendía el trabajo como un esfuerzo cotidiano sin tregua. Precisamente porque se exigía a sí mismo el máximo rendimiento no podía resistir en su cercanía a los gandules, a los mentirosos ni a los pelotilleros, y respetaba a la gente honrada, esforzada y cumplidora. Las formas tapaban su dimensión de ser humano. Pero lo cierto es que quienes tuvimos que tratarlo durante un tiempo, pronto percibimos que en aquel avasallador torrente había valores importantes que él mismo se encargaba de ocultar. En aquel personaje tenso y capaz de mandar a hacer puñetas al lucero del alba había dos personalidades muy distintas. Por las mañanas se podía dialogar con él y hasta llegar a conclusiones, pero por la tarde no escuchaba a nadie y era capaz de hablarle de tú al Papa de Roma. Cuando se le metía algo en la cabeza había que rendirse a su criterio o romper la baraja. Yo la rompí pero valoro al hombre de corazón que se ocultaba tras su intemperancia, quizás por una timidez que ni él mismo sospechaba. Y es que el bueno de José Félix era un especialista en hacer amigos para después perderlos. O sea que de flores pocas y de romanticismos “post moretee” menos, que además estoy seguro que le parecerían “mariconadas”. Era un tío de carácter que se pasaba por el forro muchas cosas. Era como era y así hay que recordarlo. Como empresario taurino, un león. Que pregunten en Tarragona, donde se empeñó en mantener la Fiesta en pie contra las conjuras del separatismo irredento y el odio a todo lo español, y por poco se sale con la suya. Hasta abrió en los aledaños de la plaza guarderías gratuitas para que los padres pudieran ver las corridas tranquilamente, mientras sus niños eran atendidos por cuidadoras profesionales. Llegó a la empresa taurina por casualidad y hubo un momento que mandaba en las plazas de toros de media España. Con diez como él a lo mejor todavía habría toros en la Monumental de Barcelona. Ese es el José Félix (o el don Desiderio si le place a Cáceres) que yo prefiero recordar.
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"Don Desiderio", tal como era
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