El triunfo de Aguado en Sevilla y el hecho de haberse producido alternando con Morante ha despertado el avispero de las comparaciones sin reparar en si todavía son prematuras tales disquisiciones, que seguramente lo son. En cualquier caso es bonito, anima y promete lo suyo. Hay materia para alimentar la bandería: Yo de Morante… Yo de Aguado… Felizmente son toreros distintos. Con diferencias muy atractivas, de difícil elección. El toreo de Morante es más arrebujado, el de Aguado, más natural; el de Morante es más telúrico, el de Aguado, más celestial, con más ángel; en sus momentos cenitales el maestro se atalona en la arena, parece hundirse en busca de las raíces, intenta ahondar en los sentimientos, es más íntimo, más dramático; Aguado se eleva, desdramatiza, lo hace parecer fácil, lo convierte en seda y te da la sensación de que aquello lo podía hacer en la Maestranza o en los jardines de los Montpensier, tal era la sutileza de sus movimientos. En su reunión con el toro Morante abraza, Aguado acaricia y como no podemos olvidar a Roca Rey, que fue el primero en desencadenar las hostilidades de aquel día, el peruano estruja.
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