Lo de Roca Rey no ha sido llegar y besarla durmiendo. ¡Ni mucho, menos! El peruano tiró la moneda al aire con el sexto, un asesino en potencia, y se jugó la vida de toda la familia...
Dos tigres de Bengala, Talavante y Roca Rey, han puesto la tila por las nubes con el quinto y el sexto de la tarde. Dos faenas fuertes, heroicas, a dos alimañas sin un pase y con más peligro que una víbora en un bidé. El quinto, de Núñez del Cuvillo, desmentía el proverbio de “no hay quinto malo”, este era malo malísimo queriendo coger hasta con el rabo, y con la cabeza como un devanadera arrollando todo lo que le salía al paso. Cuatro muletas le arrebato al extremeño, que le plantó cara y acabo pasándose por la faja los dos puñales que disparaban cornadas a diestro y siniestro, Faena contra viento y marea. Estoconazo y el delirio. Lo de menos la oreja; lo importante fue la sensación de torero grande que dejo en el ruedo.
Lo de Roca Rey no ha sido llegar y besarla durmiendo. ¡Ni mucho, menos! El peruano tiró la moneda al aire con el sexto (de Mayalde), un pelín menos criminal que el quinto “cuvillo”, pero también un asesino en potencia, y se jugó la vida de toda la familia. Por delante, por detrás de frente y de costado, sitiada por los pitones su juvenil figura, el peruano asustó y emocionó a los tendidos. Los espectadores en pie, Las Ventas se convirtieron en un manicomio. Aquello era la grandeza del toreo. Estoconazo y dos orejas exigidas por unánime plebiscito popular. Confirmación, consagración y multitudinaria puerta grande.
Cuatro gaseosas de Núñez del Cuvillo y dos de Mayalde que ni de balde, amenazaban con hacer bueno lo de “tarde de expectación, tarde de decepción”. Pero no contaban con que en el ruedo venteño había dos toreros dispuestos a triunfar o a morir. Castella no tuvo ni esa opción con sus dos marmolillos. Los de Núñez el Cuvillo, no son toros para Madrid. Sin motor y desangelados tres y una fiera corrupia que tuvo la suerte de tropezar con un torerazo fue el triste balance para el ganadero. Tampoco los del conde están para estos fastos, aunque el último salvó la honrilla del hierro gracias al valiente de allende los mares.
Los “cuvillos” con cien kilos menos pueden pasar en plazas de segunda, pero en Madrid, donde no se tragan el toro descastado y bobisoso, ni flores. Si son los toreros los que los piden, porque ven que “el artista invitado” los exige, en el pecado llevan la penitencia.
