Supuraba Madrid por toda su piel y hasta el humo del cigarrillo le olía a torero. Se fue con la voz rota en grietas que no pudieron silenciar esa ciencia que consiste en hablar cabalmente de toros, en ver toros de forma cabal y en torearlos con el alma cabal, mientras los veía en las transmisiones por tv. Porque Chenel aún toreaba todas las tardes de tele y toros. Nunca se deja de torear como nunca se deja de ser torero. Esa forma de caminar, aún en los últimos días, de mover las manos y los brazos acompañando lo que decía, era de torero para siempre. La vida es el tiempo de cada cual que, sin embargo, no nos pertenece, que se acaba cuando se acaba por mucho que nos empeñemos en que nunca se termine. Luego está el espacio. Hay hombres que lo achican pensado en el tiempo que tienen. Chenel fue dueño de su espacio y, en cierto modo, mandó un poco al carajo al tiempo, cigarrillo va y viene. Pero su espacio ya es historia.
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