Si en cada era, solar o calle peatonal de pueblos y ciudades de España hubiera un puñado de niños jugando al toro, como ocurre con el fútbol, el toreo no correría peligro de extinción...
Si en cada era, solar o calle peatonal de pueblos y ciudades de España hubiera un puñado de niños jugando al toro, como ocurre con el fútbol, el toreo no correría peligro de extinción ni habría motivos de preocupación por su supervivencia. Eso de enseñar a los chiquillos a torear de salón, como están haciendo ahora algunos toreros, no pasa de ser un gesto tardío y escasamente eficaz. Peligro que cada día que pasa se adivina más cierto. Algo debemos haber hecho mal todos los que de una manera u otra estamos implicados en la conservación de la Fiesta de los Toros, como patrimonio cultural y seña de identidad de nuestro país, para que las cosas hayan llegado al punto en que están, con las plazas desertizadas y los brutales recortes en el número de corridas, en comparación con las celebradas hace escasamente tres o cuatro años. De las novilladas mejor no acordarse porque entonces sí que hay motivos para ponernos a llorar como mujeres lo que no hemos sabido defender y trabajar como hombres.
¿Tiene arreglo este grave problema que aqueja a la Fiesta? Lo ignoro, pero lo seguro es que cruzándonos de brazos resignadamente, solo ayudamos a que el toreo sea un espectáculo que da sus últimas boqueadas víctima de un bajonazo sin puntilla.
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