En Bogotá hemos ganado una batalla, una gran batalla; pero no la guerra. Lamentablemente el falso animalismo es muy rentable, política y económicamente. No hace falta ya quitarle la careta al diablo de los intereses económicos. Toda esa grey tan poco “humanista” y tan cacareadamente “animalista” es la perversión de los tiempos. Nadie ha querido y quiere más a los animales que la gente de campo, la España rural lo sabe. Pero esa España emigró de los pueblos a inundar las capitales y de la cercanía sana a los animales ha entrado en la diáspora del falso animalismo actual. Gran negocio y al tiempo desapego hacia el humano, el prójimo, el familiar; y se rellena con un animal al que tratan como a un niño, como a un criado, como a un familiar, como a una quimera. Y el perro ya no está donde debía estar y los humanos, maridos, hijos, padres, abuelos, etc. tampoco están donde debían estar.
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