Llegó a casa con su igloo caseta de piel, a juego con su perro. Una belleza. Ella. El perro: un chiguagua de mirada asustadiza con el que hice todo lo posible por llevarme bien. Le hablaba y eso. Pero hay cosas que son muy de Guerrita: lo que no puede ser no puede ser. Y además, es imposible. Con las que uno ha pasado que alguien del género contrario o complementario ocupe espacio y tiempo en la república independiente de tu casa, es una cosa admisible. Que un chiguagua se ponga un apartamento, por muy igloo a juego con su pelaje que sea, es otra cosa. Traté de arreglarlo. Palabra. Primero con el perro: uno de los dos sobra. Me contestó que yo. En mi propia casa y en pelotas. Es indignante, le dije a ella. Pero supe pronto, luego de este affaire de fronteras, que ni con un diplomático de carrera lo iba a arreglar. La mirada de ella hacía juego con la del perro.
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