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El gancho de Roca Rey y la delicadeza de Aguado

El carácter de Roca, responsabilidad de figura, que defendió su pedestal en Valencia con arrojo y también templanza; desigualdad en la corrida de Victoriano del Río y así salió, buenos, más buenos, deslucidos, chicos, grandes, unos rajados, otros a más; el llenazo de la plaza, ¡albricias!, esto huele a remontada por mucho que le pese al Urtasun de las narices dicho sea por lo mucho que le gusta tocarnos las ídem; el regusto de Aguado en sus pinceladas de sevillanía, diría que insuficiente sevillanía por esta vez; el infortunio de Castella al que se le apagaron los dos toros; los pares de Chacón en una tierra que chanela de la cuestión como ninguna otra; las mariposas revoloteándole en el estómago a Ponce, espectador de lujo desde el callejón, cuando escuchó la ovación cerrada de la gente que tanto le quiso, tanto le quiere, porque hay cosas, en este caso hitos, que no se olvidan y si un hombre, en su momento un chiquillo, le da a su tierra el cetro del toreo que llevaba cien años añorando, le tienen que querer, hay que quererle, sevillano tendría que ser y le hubiesen puesto un pedestal y me parecería la mar de bien; y no me olvido del alboroto, puro accidente, que provocó en varas algún victoriano, con coleo incluido a la antigua usanza, en realidad más ruido que nueces, que acabó despertando a la parroquia.

Todo eso y alguna cosa más sería el resumen de la tarde, el primer lleno total del abono que no va a ser el único, tema vital para el devenir de la tauromaquia, arte al que tantos han alistado en la decadencia, conclusión más fruto del papanatismo pro anglosajón que de la realidad. Y no, no es un ataque de pasión por lo propio, que también, son números y cuentas claras, la plaza de Valencia va a acoger más de cuarenta mil espectadores en dos días y porque no hay cabida para más. Ayer se llenó por la mañana en los recortes, por la tarde en la corrida, por la noche volvió a registrar una buena entrada y para hoy domingo se ha acabado de nuevo el papel para la segunda comparecencia de Roca Rey y habrá una gran entrada en los rejones mañaneros… en total muchos más de cuarenta mil espectadores, muchos más que votos suman los abolicionistas, todo ello sin querer meterme con la capacidad de convocatoria de la industria del cine y sin subvenciones ni cejas.

Runrún de tarde grande, lleno total, atasco en las bocanas, las sobremesas largas haciendo de las suyas, sol radiante, paz en el barullo que es detalle diferencial con otros espectáculos -no señalo-, verano en marzo por mucho que no conviene confiarse, caras conocidas, artistas, políticos, empresarios, gente de tierra adentro y gente de la mar, del secano y de la huerta, que son territorios que siguen en la génesis de lo valenciano, amigos y allegados de medio mundo, porque no hay que olvidar que las Fallas son la primera de primera de cada año y el cuerpo cuando asoma la primavera pide toros. En ese ambiente reverberaba la plaza cuando sonó el Pan y Toros: Castella de purísima y oro, Roca Rey de rosa y oro con los cabos en negro, precioso el capote de paseo, y Aguado de azul marino y oro, comparecieron al frente de las cuadrillas. Cuando los fotógrafos acabaron su tarea en la puerta de cuadrillas ya estaba el personal acomodado.

CASTELLA Y PONCE

Rompió plaza un toro voluminoso, espeso diría el clásico, castaño bragado, apuntaba el programa oficial. Se comportó abanto en los primeros compases, salió de naja, término igualmente clásico, de los primeros encuentros con las plazas montadas. Aun así viniendo de donde venía y pese a todo lo visto, había que mantener la fe. En su turno de quites se presentó Roca Rey derecho como un ciprés, quieto como un miguelete y le endosó unas tafalleras que despertaron al personal y animaron a Castella, que, haciendo uso de su derecho, se fue al toro y coincidiendo con la explosión de un masclet le replicó con unas chicuelinas de máximo ajuste, de ¡uy! y ¡ay! Y en el toreo, no conviene olvidarlo, el ¡uy! y el ¡ay! tienen un lugar destacado en las preferencias de las gentes por mucho que algunos aficionados no lo consideren. Pues bien, el quite de Castella, que como dije venía vestido de azul Sabina y oro, tuvo uy, ay y torería, así que todos contentos.

Luego vino el brindis a Ponce, las mariposas de la nostalgia torera, me consta, desatadas en el alma del chivano, confesiones entre compañeros en largo discurso rematadas con un ¡suerte y al toro! que se tradujo con un arranque poderoso y ligado del francés que rindió la plaza. El ímpetu del toro fue un espejismo y cuando se sintió podido echó la persiana y dijo que hasta allí había llegado el romance. La insistencia que vino seguidamente estuvo de más. Lo que tenía que ser había sido y todo se vino a menos.

Cuando apareció el cuarto se había escondido el sol y todo pesaba más. Nada que no se pudiese superar con valor y disposición, pensé. El que le echó el francés de primeras. Ese fue el matiz que le daba importancia. Aplicó quietud, mucha, también fe, cercanías, quizás en exceso, cuestiones todas que insisto, de primeras tienen especial mérito. Tanto que tres muletazos después, se había montado en el toro y había hecho que explotase la plaza. Una duda hubiese sido la ruina, pero no dudó. El toro podido por el torero devino en una actitud distraída e incierta y se hizo la noche. En realidad, el toro que había parecido que sí, degeneró en un no de lo más cabrón. Peor aún fue que a Castella no se le agradeció el esfuerzo.

ROCA BRAVO

El segundo, anovillado y justamente protestado. Nos trajo el susto en el cuerpo, no precisamente por el miedo que provocaba su breve estampa, pero sí por lo que pudiese desbaratar el buen nombre de Valencia en tiempo de remontada. Al público puede que con la presencia de las figuras esos detalles le den igual, pero ese tipo de toro es impropio por mucho que cumpla el reglamento. Su aparición quiero pensar que no es otra cosa que la consecuencia del desconocimiento o el capricho de alguno de entre bastidores. Roca Rey puso empeño, por momentos lo toreó bien, pero nunca acabó de traspasar las candilejas y eso en él es pecado capital a revisar con urgencia. Resumiendo, hubo mucho torero, poco toro, mucha tensión, muchas opiniones justamente divididas y a esperar.

En el quinto cambió el panorama radicalmente. Llegó la emoción. El toro era feo y salió haciendo cosas feas. Digo que lo que le correspondía, pero en la frustración de ver que todo se venía abajo amaneció la casta de torero de Roca Rey que algo le había visto al toro. Le echó las dos rodillas al suelo y se lo pasó por delante y por detrás con emoción, y todo fue como un volver a comenzar. Lo que hace los cojones, dijo un vecino. Digamos valor, pero sí, eso. Una serie natural tuvo ritmo y compás, descubrió definitivamente al toro y todo creció y creció, el toro y el torero. Unos derechazos invertidos despertaron el delirio, la mezcla de un tirabuzón imposible, el arrimón y el dominio total le reconciliaron con los fieles y menos fieles. Tan entregado estaba que sonó el aviso sin haber entrado a matar. Cobró una buena estocada, se resistió el toro, sonó otro aviso y cuando amenazaba el tercero sin que descabellase, al fin se rindió el victoriano y lo que hubiese sido de dos orejas quedó en una y el armisticio firmado a la espera de hoy.

AGUADO Y SEVILLA

Cariavacado y ligero de carnes apareció el tercero. Como llovía sobre mojado en tema de presentación, lo protestaron con menos motivos que el anterior, pero motivos había. Luego derribó, lo colearon y todo se tapó sobre todo porque acabó embistiendo como ninguno. Aguado le galleó por chicuelinas que abrochó con media deliciosa. Todo su toreo mereció ese calificativo, delicioso. Ausente de crispaciones, el arranque de la faena fue suave, muy suave, muy sevillano para que se me entienda. De acompañar más que de poderle, que no hacía falta, distinción en la apostura, la muñeca suelta, la elegancia evidente, el torito que pasa, la gracia del molinete, el kikirikí, el cambio de mano.

Cositas guapas como para que le cantasen los seises de la catedral. Estocada corta, ovación final, digo yo que ocasiones así, embestidas así, hay que cogerlas al vuelo. En su segundo, toro menos claro, fue lo mismo, pero sin llegar a tanto. Pena.

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El gancho de Roca Rey y la delicadeza de Aguado

José Luis Benlloch

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