Oficiar de profeta en lo taurino es muy arriesgado porque el toreo es un arte tan lábil que en cinco minutos, ¡qué digo, en un segundo! se puede venir abajo la Torre de Babel mejor cimentada y construida. Una vez vi a un novillero valenciano en un espectáculo sin picadores en la localidad de Calasparra y me entusiasmó tanto la facilidad, desahogo y buena técnica con que el muchacho se desenvolvía con los dos novillotes, que eché las campanas al vuelo y dije algo así como que “comenzaba por donde estaba terminando Enrique Ponce”. El tiempo, y no mucho, se encargó de hacerme ver la magnífica oportunidad de callarme que había perdido.
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