Roto. Derrumbado. Vacío. Así se quedó El Juli tras pinchar una de las faenas más importantes de su dilatada y brillante trayectoria. Al entrar al burladero, el madrileño, apoyado, rompió a llorar. No había consuelo para Julián, que vio cómo su obra no la remató con la espada. El Juli rindió Madrid. Soberbio.