Nos, los castellanos, es decir, habitantes de Hispania, nos las hemos ingeniado fetén para burlar a un clásico: la censura. Hacemos de la necesidad, o de la precariedad, intuición para buscarnos la vida. Hace unos años el ingenio se murió a manos de una abundancia que, ahora, resulta que era falsa. Era el origen de una ruina muy grande. Son dos décadas más o menos en donde la Play o el portátil igualaban a hijos de ricos, menos ricos y pobres. A eso le dimos en llamar igualdad de oportunidades en una democrática y estúpida visión de que somos iguales porque accedemos a la misma cosa. Sólo que unos se endeudaban y otros no. Unos pedían crédito al banco para gastar en las fiestas del pueblo, y para ir a los toros, y otros se enriquecían concediendo esos créditos, al mismo tiempo que estaban cincelando la ruina del país. Un tipo entraba en una sucursal sonriendo, le sonreía el del banco, y salía aún más sonriente. Que me alegro de verte. Nunca leímos la letra chica que siempre hay cuando algo que conseguimos apenas lleva esfuerzo.
Del pan y trabajo, que tenían excedentes, pasamos a eso de que el pan engorda y el trabajo cansa. Y se nos perdió el ingenio, la forma de ganarnos la vida toreramente cuando la vida repone a la altura de la faja
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