Pamplona es de las pocas que no peligra. Y lo han hecho bien desde que decidieron que esta sería la Feria del Toro. Eso suponía que al elemento rey de la Fiesta se le daban todos los honores. Y se acuñó algo tan claro como “el toro de Pamplona”. Hay un toro sevillano para la Maestranza, que es recortadito, ligero y, sobre todo, bonito. Hay un toro de Madrid, que además de cuajo y trapío indiscutible, tiene que tener lo que llaman “cara de hombre” y lo que no debe de tener es “culo de pollo”. Hay un toro de Bilbao que conjuga dos premisas equilibrante: el toro serio pero bien hecho. O sea, con cuajo, trapío pero hechuras armónicas. Y Pamplona acuñó “el toro de Pamplona”. ¿Cuál es? El que nunca eligen los veedores para su torero. El toro más grande de la camada y el toro con más pitones. Dentro de esa norma los hay mejor o peor hechos. Pero el que sobresale por todo, a ese, se le llama “el toro de Pamplona”.
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