Veinticinco años de matador sin apearse de la cima le confieren a Enrique Ponce rango de leyenda grande, un caso único. Claro que defender la categoría de Ponce por los números puede llegar a ser tan simplista como injusto. Lo importante, aun siendo importantes los números, no son los veinticinco años, ni las más de dos mil corridas, ni los cuarenta y dos toros indultados o las sesenta y dos alternativas concedidas o las treinta y siete puertas grandes de Valencia ni las de Méjico, Bilbao, Madrid y hasta Sevilla, lo realmente grande de Ponce es cómo lo ha conseguido, desde dónde creció, su capacidad lidiadora, su difícil facilidad para resolver en los ruedos, su responsabilidad de figura, con quién compitió durante todo ese tiempo, Roberto Domínguez, Espartaco, Ortega, Joselito, Rincón, Jesulín, José Tomás todos ellos ya en el retiro, Manzanares que siempre estuvo ahí, y los todavía actuales Juli, Morante, Perera… por citar sólo algunos con los que se disputó la cabeza del escalafón. Eso, sin olvidar, ahora que tanto se reivindica la variedad de encastes en los carteles de lujo, las ganaderías tan diferentes con las que se anunció, los parladé vía Atanasio, los núñez, los domecq, los victorino...
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En estas páginas, extracto del libro Mestres/Maestros, se resumen tres momentos clave en su carrera, su participación en los concursos de Monte Picayo siendo un niño, su debut con picadores en Castellón y su doble alternativa en Valencia, la oficial, el 16 de marzo de 1990, y la reafirmación de la misma, el 28 de julio en la misma plaza, cuando estoqueó seis toros bajo un diluvio, valorada como una auténtica gesta.
- Lo importante no son los 25 años, ni las más de 2.000 corridas, ni los 42 toros indultados o las 62 alternativas concedidas o las 37 puertas grandes de Valencia ni las de México, Bilbao, Madrid y hasta Sevilla… lo realmente grande de Ponce es cómo lo ha conseguido, desde dónde creció, su capacidad lidiadora, su responsabilidad de figura, con quién compitió y las ganaderías a las que se enfrentó
- Era el más menudo de los que acudieron al concurso de Monte Picayo, llamaba la atención por su delgadez y por la seriedad con la que se comportaba, parecía querer aprendérselo todo de memoria a través de sus ojos claros que mantenía siempre muy abiertos y vivos
- “El doctor Ponce debutó con picadores” fue el título de la crónica que le escribí en Las Provincias y aquello de ‘Doctor Ponce’ que pasado el tiempo parece apelativo ajustado y hasta fácil, en aquel momento levantó sus ronchas de discrepancias por lo que consideraron exageración
- En el invierno de 1988, las labores en casa de Juan Ruiz, estrictamente camperas, se convierten en un curso acelerado de poderío para Ponce que demuestra que, a pesar de su aparente fragilidad, tiene la fortaleza para arrancar la campaña con los utreros
- Asistió algunos días a la Escuela Taurina de Valencia, pocos, pero los suficientes para ganarse la admiración del maestro Paco Honrubia que le definía con su peculiar filosofía: “No sólo entiende lo que le dices, es que me adivina lo que pienso… Es un brujo”
- Lo de la alternativa había sido un trámite. Al chico lo parieron torero. Le acompañó la suerte y la espada se hundió por arriba y fácil. Agarró la oreja y no la quiso soltar. Dieciocho años, los que tenía, estuvo esperándola
- Los que le vieron aquella tarde de los seis toros en la Feria de Julio, tan hombre, tan valiente y tan capaz, disiparon todas sus dudas y los que siguieron dudando es que sencillamente no querían cambiar
Lea AQUÍ la entrevista completa en su Revista APLAUSOS Nº 1954
