Hubo un tiempo en el que la plaza de toros de la calle de Xàtiva de Valencia fue un auténtico vía crucis para empresarios y ganaderos. El baile de corrales se convirtió en algo endémico en dicho tauródromo. No se trataba de rigurosidad por parte del equipo veterinario, no; era simplemente un desmesurado afán de protagonismo lo que le impulsaba a rechazar un toro tras otro, sin el mínimo criterio en lo que afectaba al trapío y la presentación de las corridas. El diálogo con los veterinarios era imposible, y había días en los que una hora antes de la anunciada para el comienzo del espectáculo, todavía no se sabía si se celebraría o sería suspendido por falta de toros. Los camiones viajaban como lanzaderas del campo a la plaza y viceversa, pese a lo cual, en ocasiones, la suspensión sorprendía a los aficionados con las entradas en la mano en la puerta del coso de Monleón.
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