Alejandro Talavante ha reventado en México. Ya la pasada temporada el extremeño puso de relieve su singularidad...
Alejandro Talavante ha reventado en México. Ya la pasada temporada el extremeño puso de relieve su singularidad, en la mayor parte de las ferias españolas. Pero en México se ha salido de madre. Se ha desbordado, revelándose como un artista soberano, sin dejar por ello de ser un torero de arrolladora personalidad. Tengo clavada en la retina su faena a un toro de temple puramente mexicano en el que dio una dimensión sideral de su toreo. No se puede torear más despacio, ni con una expresión corporal más relajada y a la vez endemoniadamente apasionada, tanto a derechas como a izquierdas.
Se clava en la arena, pero sus brazos y sus muñecas resuelven por milímetros situaciones de voltereta que él convierte en ovaciones apasionadas de un público que, como el mexicano, sabe muy bien lo que es el temple, la cadencia y la armonía en el toreo. El embudo de Insurgentes vibraba como sólo ha vibrado con dos o tres toreros a lo largo de toda su historia. Se acabó el Talavante de la autoinmolación. El hombre que se empeñó en hacer de él un ente extraño vestido de luces, se equivocó.
Porque Talavante no es un estoico; es el arte el toreo con un ritmo y una gracia alada que subyuga. ¡Basta de buscarle parecidos, porque “el otro” saldría perdiendo! Sencillamente, Talavante es otra cosa. ¿Qué no mata? Bueno, y qué. ¿Acaso si Miguel de Cervantes se hubiera olvidado de ponerle el punto final al Quijote, la suya no habría sido la obra cumbre de la literatura española? Pues eso…