Líbreme Dios de pensar siquiera que puedo enseñar algo a los ganaderos sobre la cría del toro bravo. Eso se queda para los sabelotodo que creen usufructuar en exclusiva el secreto del toreo “fetén”, del toro “guay” y de los intríngulis del negocio taurino, hasta el punto de atreverse a decirles a los matadores dónde deben colocarse ellos y cómo han de poner la muleta, a los ganaderos que tienen que producir toros como caballos y con un metro de pitón a pitón y a los empresarios de toda la vida a aconsejarles cómo tienen que plantear su negocio. Si alguien sabe cual es el problema de la cabaña de bravo son los ganaderos. Ellos saben perfectamente donde está el mal y si no lo subsanan es porque no quieren. Y no quieren sencillamente porque después de cinco o seis años –que es el tiempo necesario para cambiar mínimamente un encaste- es de temer que se tendrían que comer sus toros con patatas. Porque tal como está esto, pobre del ganadero que no tenga en cuenta lo que les gusta a los figurones y a sus administradores. A los toreros, a los empresarios y a los ganaderos, conviene dejarlos en paz que ellos, cada uno por su lado, saben equivocarse solos.
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