El toreo se dilucidó estos días en despachos adversos. Acostumbrados estamos. La semana arrancó con el encuentro entre Pedro Sánchez y una representación de los ganaderos. Tiene dos lecturas. Una buena y otra mala. O una mala y una buena. Lo mejor es que les/nos recibió. Suponía un reconocimiento de que existíamos. También se podía entender como una marcha atrás en aquella su desconsideración -“Que no me esperan en una plaza de toros”, dijo- que tanto nos escoció. Eso es lo bueno. No es mucho pero teniendo en cuenta donde estaban las relaciones con el segundo partido del país, es un buen avance. Y como no hay dicha completa, la reunión también tuvo sus aristas y sus ángulos dolorosos. Don Pedro no admitió fotos ni hubo declaración oficial ni siquiera una aséptica nota de prensa dando fe de la reunión. Como si no hubiese existido. Como si quisiesen evitar que nadie encontrase en el encuentro un signo de debilidad o peor aún, que nadie pensase que –él/ellos tan modernos- consideraban al toreo y a su gente. O todo a la vez. Una profilaxis absoluta de la fontanería del partido.
