En el toreo, no solo en su aspecto litúrgico sino también en lo que tiene de espectáculo, hay cosas intocables porque modificarlas significaría un atentado a su esencia. El toro y el torero en su conjunción, forman el cuerpo místico de esa liturgia que se celebra cada tarde en cada corrida. Dejemos a un lado el aspecto totémico del toro en la Fiesta Brava, ya que para analizarlo, siquiera sea someramente, haría falta un tratado al que no hay lugar en un artículo periodístico, pero sobre todo porque estoy convencido de que en estos momentos es más necesario analizar hasta qué punto el torero, como gran sacerdote de la liturgia taurina, está cumpliendo su función.
