El toreo se dilucida estos días en los medios. Los de comunicación, no en los del ruedo. De un lado está el caso personalísimo de Juan Ortega y su no boda, explicada en los micrófonos de la Cope por el propio torero, con lo que pretendía salir al paso de tantos dimes, diretes e intromisiones en la intimidad que estaba sufriendo con una intensidad que ya quisiéramos para los días de toros. No se ha hecho con respeto ni con rigor informativo, pero mucho me temo que un sector importante del mundo mediático habita en esas coordenadas. Abren un tajo y… barra libre.
El caso Juan Ortega, la pelea Roca-Luque y la contratación del joven Adrián acaparan titulares
Tampoco cabe extrañarse ni rasgarse las vestiduras conociendo el magnetismo que siempre ejercieron los toreros en estos temas. Ejemplos hay a decenas, desde las relaciones de la viuda de Concha y Sierra y El Espartero, a Joselito y el amor socialmente imposible con la señorita de Pablo Romero; a la boda por poderes de Juan Belmonte mientras toreaba en otro país, con aquella extranjera delgaducha y rubia que como contase Chaves Nogales tanta alarma levantó entre las matronas de Triana que esperaban hembra más próxima y de más fuste para su Juanillo; pasando por el respetuoso distanciamiento que no ruptura (cultura de su época) de Sánchez Mejías y su esposa a la vez que se consolidaba su relación (con una fuerte carga cultural, Lorca mediante) con la Argentinita; todo ello sin obviar las relaciones, bodas y no bodas de por medio, de Manolete y Lupe Sino, o Paquirri y Carmina, y, posteriormente, con Isabel Pantoja, dicho a modo de ejemplo entre decenas y decenas, muchas de ellas cargadas de actualidad que están en la mente de todos.
Más allá de las heridas íntimas que haya podido provocar en los protagonistas, el caso Ortega cuanto menos debería servir para dotar al diestro de una popularidad que hasta ahora no tenía fuera del ámbito estrictamente taurino y situarlo en un plano público necesario para todo artista al que últimamente era muy difícil o directamente imposible llegar por razones puramente taurinas.
El magnetismo de los toreros siempre despertó el interés por su intimidad
Conviniendo que no es plato de gusto ni deseable, si ha sucedido, cuanto menos que sirva para darle visibilidad al toreo y para que a través de la curiosidad y el morbo se acabe descubriendo y situando en la esfera pública a un torero magnífico que hay que convenir que tiene muchas de las cualidades, incluyo personalidad y torería (también su toque de misterio), necesarias para convertirlo en ídolo. Y además lograrlo, falta hacía, por el camino del más puro clasicismo. Ahora convendría que le dejasen respirar, que él se blindase contra la resaca de los dimes y diretes, que la temporada está ahí y todo es poco para convertir el morbo y la curiosidad en culto torero.
Lidia de comunicados
También en los medios informativos se están dilucidando, digan lidiando, las últimas contrataciones de las ferias. Tras abandonar su tradicional hermetismo se han metido en un pantanoso territorio de comunicados en el que se dice, se desmiente, se matiza, se insinúa y/o se trata de acercar la razón al ascua de los intereses de cada cual. No está mal, al fin y a la postre, además del derecho universal de todos a defender sus intereses, anima y ambienta.
Al cruce epistolar entre los apoderados de Roca Rey y Daniel Luque sobre si el primero vetaba al segundo, cuestión desmentida rotundamente por el primero, le ha seguido el topetazo entre la empresa de Madrid y los mentores de Fernando Adrián que tras abrir la puerta grande de Las Ventas en dos ocasiones el año pasado, filtración y comunicado mediante, no llegaban a un acuerdo económico con lo cual todo hacía parecer que se iba a quedar fuera de los carteles de San Isidro.
El primer caso se ha reconducido hacia un encuentro entre ambos diestros para que limen desavenencias personales y pelillos a la mar, o sea, aquí paz y allá gloria, que cada cual siga por su camino y que el toro y el interés público impongan su ley. En el segundo se está a la espera de otra intermediación para que las administraciones de los interesados no aborten en los despachos los logros alcanzados en el ruedo.
El tema es delicado cuando, como es el caso, está en juego el lanzamiento de un joven torero. Siempre hubo dudas sobre si un apoderado hace a un torero, pero en lo que sí hay certeza es que un apoderado sí puede malograr un torero y que no siempre el dinero es lo más relevante. Y en ese mismo orden de reconocimientos, cabría recordar que admitir la existencia de un veto es admitir un estado de inferioridad. Ahora solo falta que el toro y el público dicten sentencia, y yo no creo que en este caso el vetado sea inferior.