El toro de hoy es producto de una civilización que no ha dejado de evolucionar en todos los órdenes de la vida. De tal manera, que en poco se parece al primigenio animal que lidiaban los toreros de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Y es que el arte del toreo ha llegado a una técnica de auténtico “nom plus ultra”, gracias a la evolución de aquella fiera destartalada de cornamenta, que embestía -más que embestir se defendía- a saltos y con la cara por las nubes, a la que era imposible intentar echarle la muleta abajo.
Lea AQUÍ el artículo completo en su Revista APLAUSOS Nº 1955
