Foto: Manolo Navarro
Daniel Ruiz pasó el última día de su vida en Castellón. Lidiaba dos toros para el mano a mano de dos amigos, El Juli y Manzanares, que conmemoraban sus respectivas alternativas, que precisamente tomaron ambos con toros de esta ganadería albaceteña. Viajó con su hijo Daniel Ruiz y su mayoral. Estuvo en el sorteo, con su inseparable puro. Se le veía feliz, departiendo con compañeros, amigos, toreros… no paró de compartir anécdotas en el despacho de Toño Matilla rodeado por sus amigos ganaderos Justo Hernández y Ricardo Gallardo, que reían a carcajadas con las historias que Daniel contaba con su habitual socarronería. Con ellos y con su hijo Daniel compartió mesa y mantel, hablando de su gran pasión: la ganadería brava.
Por la tarde, en el callejón de la plaza de toros, se emocionó con esa pasión que le caracterizaba viendo lidiar los dos últimos toros de su vida por dos toreros muy vinculados a su divisa. El primero, que le tocó en suerte a Juli, Lorito se llamaba, no hizo honor a estirpe tan contrastada en esta casa. Pero se quitó la espinita con el último toro de la tarde, que fue un dechado de esa clase que siempre buscó para sus toros y que Manzanares disfrutó a pesar de que el animal se lesionara una mano.
Abandonó la plaza junto a su hijo y el mayoral de la ganadería, hablando de las virtudes de ese toro Mamarracho, el último que vio en vida y que se crió en los predios de Alcaraz, la tierra manchega a la que anoche llegaría inesperadamente sin vida.
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