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El verano sangriento

Este verano de 2013 está resultando sangriento, cosa por otra parte habitual en la Fiesta de los Toros. Los que peinamos canas o lucimos ruina capilar profunda...

Este verano de 2013 está resultando sangriento, cosa por otra parte habitual en la Fiesta de los Toros. Los que peinamos canas o lucimos ruina capilar profunda, recordamos cómo en julio y agosto, en el Sanatorio de Toreros había matadores y banderilleros hasta en los pasillos. Los toros no cogen ni la cuarta parte que lo hacían en los años 50, 60 y 70. Sencillamente porque entonces se lidiaba el toro más joven y con menos peso y alzada pero bravo y encastado, lo cual no era óbice para que de vez en cuando saliera por los chiqueros algún galafate de seiscientos kilos y con los cinco años más que cumplidos. Pero aquellos toros se movían como demonios y había que estar muy puesto para poderles y reducirlos a su obligación de tomar la muleta con más o menos temple.

Así y todo, y pese a que el toro de ahora deja estar a los toreros más y mejor que aquellos, entre otras cosas porque salvo excepciones no tiene tanta movilidad ni fiereza, la profesión de torero continúa siendo de alto riesgo. Morante, Ferrera, Castaño y Fortes ahora y hace poco El Juli y no digamos Juan José Padilla, El Niño de Leganés, unos cuantos novilleros y otros varios matadores y subalternos han pagado su tributo de sangre, porque como le dijo don Luis Mazzantini a aquel gran actor de la escena española: “Aquí se muere de verdad”. De ahí el respeto que deben merecernos los toreros a los aficionados y a los espectadores en general.

Algunos malos aficionados y los habituales “tocapelotas” irredentos, cuando se produce una cornada grave enseguida salen con la cantinela de que si es eso lo que queremos cuando pedimos el toro íntegro, bravo, encastado y repetidor que se quiera comer la muleta por abajo. Pues no, no es que cojan a los toreros en los que pensamos cuando nos quejamos de la babosa que embiste sin emoción como si fuera un carretón sin vida, no, no es eso. Lo que queremos es el toro con el trapío correspondiente a su encaste sin exageraciones antiestéticas y fuera de lugar pero con la bravura suficiente para merecer ser un toro de lidia. Y lo echamos de menos para que retorne la emoción a los tendidos y los toreros vuelvan a ser aclamados como los héroes del pueblo que fueron en otras épocas. Porque coger y hasta llevarse por delante a un torero está al alcance de una simple becerra. Que se lo pregunten a aquel torero excepcional que se llamó Antonio Bienvenida.

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El verano sangriento

Paco Mora

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