Para la Navidad, buenas intenciones. Faltaría más. Pasó la tormenta de las elecciones andaluzas. Que nadie olvide lo que ocurrió. Grábense en los manuales de los partidos que tocarle las narices al toreo tiene precio. Al toreo y a otras cuestiones que se suponían intocables. De las andaluzas salimos con esa alegría. Nos tocaba. También con una preocupación, ahora más que nunca nos querrán tildar de ultramontanos, no nos dejemos. Que no busquen por ahí, no lo somos, ni mucho menos supremacistas, ni en lo étnico ni en lo social, ni fachas, para fachas ellos que quieren pintar una cruz en los frontales de nuestras pasiones, en actitud de lo más nazi. ¡Nos quieren estigmatizar! Su pretensión es recurso fácil y superado, sepan pues que señalarnos como tales es otra forma de seguir tocándonos las narices y eso también debe tener respuesta. No debemos confiarnos ni rendirnos. Son la gota malaya, lo penúltimo sucedió en Madrid, no tenían otra que forzar los podemitas más que la retirada de la figura de Bugs Bunny, el conejo torero. ¡Qué cretinos, qué pobres! Los que presionan y los que tragan. Todo seguido llegó ese atentado preguerracivilista a Morante en su finca de La Puebla por dar la cara (dentro de la Constitución y la legalidad), cosa que ellos -los de las pintadas- se saltaron no a la torera sino de la manera más cobarde.
Pero es Navidad y se supone tiempo de paz y acogimiento aunque muchos en este país anden empeñados en montar su belén particular y eso sí es ultramontano. En México se despidió Padilla, la penúltima leyenda del toreo, el hombre que hizo posible lo imposible y corrió el umbral de la superación y el dolor dos trancos más allá de los límites conocidos. En Valencia con las Fallas como objetivo próximo asoma Ureña, otro personaje para que el toreo presuma de valores.
