Un tsunami justamente es lo que se nos ha venido encima. En presente. No son especulaciones de futuro, está ahí mismo, abra la ventana, vaya al kiosko, ponga la tele… un tsu-na-mi. La proximidad de las elecciones y lo ajustado del resultado que pronostican las encuestas aprieta la tenaza antitaurina hasta límites insospechados. Agotados sus idearios para ganar votos, embisten sin miramientos a todo lo que se mueve. Parecemos su última tabla de salvación, el lugar desde donde poder medrar. O eso creen. Estos días han olido el sillón y se han puesto en modo zafarrancho. Y en esa coyuntura nos han elegido como muleta para torear su inoperancia. Mientras se discute de toros, deben pensar, no se nos ven las vergüenzas de tantas y tantas promesas incumplidas. Y hasta los hay quienes creen que de esa forma son vanguardia cuando el debate es más viejo que la tosferina, ellos son la tosferina. Ahí están a modo de ejemplo los gobernantes del Ayuntamiento de Valencia. Tengan o no competencias, opinan, prohíben o eso dicen, atacan, retroceden y acaban creando un clima de pesimismo asfixiante. Esa es su primera victoria. No es tema ideológico. Si lo fuese se podría razonar. Sería otro nivel de discrepancia. Los toros son para ellos una especie de cota bélica que quieren alcanzar por encima de todo. Un icono, un trofeo. Y atacan los condenados, con guante de seda los menos, con bombas de incongruencia los más, desinformados, calculadamente desinformados diría, con la ética democrática por montera, sin atisbo de fair play, perdiendo el tiempo que deberían dedicar a atender necesidades urbanas y sociales más apremiantes…
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