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Emilio de Justo, a hombros en el cierre de San Cristóbal

El último capítulo de esta edición ferial estuvo condicionado por el cambio de ganadería. Los toros del hierro colombiano de Juan Bernardo Caicedo nunca llegaron a Pueblo Nuevo, lo que hizo que la empresa de turno echara mano de un encierro anovillado de la vacada yaracuyana de Campolargo. Los toreros no objetaron el cambio en razón del momento bueno que atraviesa el mencionado hierro, pero esta improvisación no se puede tolerar en una plaza y una feria de rango internacional, donde todas las miradas están centradas en ella.

Menos público que el día anterior, pero el ambiente era de sumo interés por ver un torero que el año pasado había dejado en este mismo ruedo gran ambiente y sobre todo se ha convertido en un espada de culto. Me refiero a Emilio de Justo, el cual no defraudó a las expectativas tejidas en sus formas y maneras de hacer e interpretar el toreo.

En corto y en la mano, como decía el maestro Chenel, así lo vio claro De Justo ante el segundo de la función, noblote ejemplar, el cual supo entender distancias, terrenos y alturas para potenciar las bondades en su embestidas, las que por la mano derecha y por la zurda hilvanaron una faena compacta, modélica y pulcra, a tal punto de hacer ver mejor de lo que era al mencionado Prestigioso, el cual bordó en capote, muleta, y en especial, el soberbio volapié en toda la con el que le despachó a las mulillas, para de manera unánime concedérsele la dos orejas, las que abrieron de una, el derecho a salir por la puerta grande.

Pero fue que la cosa no quedaría solo acá. De nuevo todo su amplia técnica y entregado toreo se puso de manifiesto frente al quinto, animal de embestida mucho más propicia para rebosarse en el toreo fundamental como en el accesorio, ese que puso a toda la plaza de acuerdo y con la vena de estar presentes ante lo más meritorio y artístico del serial sancristobalense. Las entradas entre tandas y los remates con los forzados de pecho fueron una pintura así como una exaltación al toreo bueno y puro, ese que pone a todos de acuerdo sin aspavientos. Una pena que haya pinchado sin soltar al primer viaje, para luego dejar tres cuartos de ración ligeramente desprendidos, para de la misma forma, y de justa manera, con una oreja se le premiara. Tres orejas en su esportón que devolvieron a su lugar por qué el toreo puro se impone por encima de criterios errados, y donde ratifica el hecho que solo el toro coloca a cada quien en su sitio.

Una oreja de la misma manera se trabajó Marcos Peña “El Pino”, a quien no se le estaban dando de calle las cosas ante el descastado lote que había pechado en su haber. Lo hizo presente al cuarto, animal al que hubo de esperársele mediada labor, por la derecha, cuando el torero metió en vereda las flojas, ásperas e incomodas embestidas del astado. Firmeza y en especial, claridad de ideas las que tuvo que echar mano Pino para de esta manera dejar a todos de acuerdo con el corte de una oreja, tras colocar en buen sitio tres cuartos de acero, que valieron para que la pañolada en la plaza se hiciera manifiesta. En el que abrió plaza pocas opciones tendría, ante las engorrosas y cambiantes embestidas del burel, ese mismo que con aliño supo despachar de tres cuartos de acero y un descabello.

El lote más complicado del envío que se trajo doña Carmen Rosa Campolargo fue el que caería en suerte a Francisco de Manuel, en su estreno en el ruedo donde su padre Manolo Fuente tomaría alternativa a mediados de los 80. Su primero de la tarde lo corto del recorrido hizo que por más que lo intentara en vano fue posible que el anovillado bicho le permitiera lucirse con naturalidad por ambas manos. Los tres cuartos de espada tendidos por lo menos le despacharon sin pena ni gloria, como de la misma manera le sucedería en el que cerró plaza, aquerenciado dije, que estuvo protestando y esperando a torero y peonaje, lo que hizo de esta una lidia densa y voluntariosa por el derecho e izquierdo pitón, alargando más de la cuenta donde no había opción a destacar. 

Aun así el espadazo entero y contrario que recetaría le valió para que Álvaro Moros le concediera una oreja, la última que cerraba el capítulo ferial de este año en la arena de Pueblo Nuevo, a la espera que vengan tiempos mejores y sobre todo, la cordura vuelva a reinar entre quienes tienen la responsabilidad de mantener la categoría y sitial de plaza de primer nivel la de la capital tachirense.

San Cristóbal (Venezuela), sábado 28 de enero de 2023. Plaza de toros Hugo Domingo Molina. Toros de Campolargo, anovillados, desiguales de comportamiento. El quinto, premiado con la vuelta al ruedo. Marcos Peña "El Pino", palmas y oreja; Emilio de Justo, dos orejas y oreja; Francisco de Manuel, silencio y oreja. Entrada: alrededor de 7.000 espectadores.

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Rubén Darío Villafraz

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