Categorías: Opinión

Emilio Redondo y Manolo Carra

La desaparición de los amigos de la adolescencia resulta traumática. En pocos días se han producido dos decesos que me han hecho volver al recuerdo de los tiempos en que todo estaba por venir
Para los que ya estamos jugando la segunda parte de la prórroga, la desaparición de los amigos de la adolescencia resulta traumática. En pocos días se han producido dos decesos que me han hecho volver al recuerdo de los tiempos en que todo estaba por venir comparándolos con estos “campos de soledad mustio collado” que, parodiando al poeta, son los actuales.

Emilio Redondo era un chiquillo alegre y dinámico de los muchos que en el Albacete de los tiempos de Montero, Pedrés y Chicuelo II, cogieron el hatillo y se fueron por campos y cerrados de Andalucía y Salamanca en busca del aprendizaje necesario para hacer realidad sus sueños de gloria. A trancas y barrancas llegó a la alternativa. Se convirtió en un torero de Madrid y en Las Ventas actuó muchas tardes, la mayoría de ellas con éxito. Pero como ahora Robleño, Encabo y tantos otros, no consiguió meter la cabeza en las ferias. Parece como si triunfar primero en Madrid cerrara todas las puertas. Es como un maleficio. La célebre actriz Lauren Bacall lo vio una tarde en la capital de España y cuando lo volvieron a anunciar un par de semanas después, cogió el avión y se plantó en una barrera de Las Ventas para verle de nuevo. La última vez que nos vimos fue en Casas Ibáñez, presenciando una corrida de toros y recordamos los días mejores de nuestros 17 ó 18 años, en el Albacete hervidero de pasiones toreras de los años cincuenta.

Al granadino Manolo Carra le conocí cuando trabajaba como botones en el torerísimo hotel Aricasa de Barcelona. Viendo a los toreros que se hospedaban allí le picó el gusanillo de la afición. Manolo era un chicarrón alto y bien plantado, alegre, simpático y respetuoso, que pronto comenzó a moverse vestido de luces entre aquellos Ángel Agudo “El Greco”, Rafaelillo, El Tano, Saldaña, Roberto Espinosa, Patón, Vila, Amaya y tantos otros que removieron el ambiente taurino catalán. Tomó la alternativa después de demostrar de novillero sus buenas maneras y gran entrega. Como Redondo, no gozó de las mieles de los primeros puestos del escalafón, pero toreros fueron ambos. ¡Vaya si lo fueron!

Hasta más ver, amigos míos. No haremos el paseíllo juntos porque los siglos no perdonan, y la eternidad menos, pero vamos a cascar de lo lindo.

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Emilio Redondo y Manolo Carra

Paco Mora

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