La semana vivió de la resaca mexicana. Gloriosa. Reconfortante. Llovió en el momento justo en el erial azteca. Ponce, como ya comentaba la semana pasada, Morante y Juli, que iniciaban el Paseo del Aniversario cuando se estaba cerrando esta columna, hicieron por el toreo en un fin de semana lo que no se había hecho en años. Sembraron tras un temerario barbecho empresarial de muchas temporadas aciagas y a buen seguro que fructificarán sus obras. Los tres, cada cual en su palo, talento, inspiración y arrebato, si es que tenemos que simplificar, porque los tres fueron más allá, pusieron al toreo en su sitio, donde corresponde. A la plaza México ídem de ídem, la recuperaron como palenque de las emociones desbordadas. No se contenga, no se amargue, disfrute, no es pecado, lance su sombrero al aire, levántese, si cree que hay motivos levántese, adelante, en la México los hubo y muchos, de tal manera que diría que se pasaron dos días en pie. Eso sin necesidad del toro español. Entendamos y aceptemos que la tauromaquia tiene tantos matices que también es posible, también puede emocionar, y tanto, con otro toro distinto al nuestro y no se trata de transgredir la dignidad, sólo escribí distinto. La terca realidad, tan subyugada a políticos, a corrientes melífluas de gente buenísima y a los anti que las estimulan, nos debía un gustazo como este.
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