La otra señal por la que los aficionados adivinamos que ha comenzado San Isidro es la columna anual de Manuel Vicent en El País. Hay que ver cómo un hombre de su talento literario puede poner al fresco su crédito personal e intelectual
Indignados aparte -taurinos, claro- la otra señal por la que los aficionados adivinamos que ha comenzado San Isidro es la columna anual de Manuel Vicent en El País. Ya apareció la semana anterior y pensaba no mentarlo pero no me resisto. Me puede el tipo, lo reconozco. Hay que ver cómo un hombre de su talento literario puede poner al fresco su crédito personal e intelectual a cuenta de su fanatismo trasnochado y rancio. Su tozudez metódica, su reiteración argumental, todos los meses por mayo lo mismo, el caballero comulga con sus tópicos y como si fuese una monja alférez o un talibán fundamentalista se lanza a la calle desde la última de El País con los argumentos retorcidos hasta el límite entre los dientes y un cinturón de dinamita literaria, dispuesto a inmolarse. Él, tan brillante, tan original, tan defensor de las libertades, aplíquenle el tiempo pretérito, tan símbolo de una época de lucha por los derechos, tan progresista que nos llegó a conquistar a una generación, ha conseguido convertirse en caricatura de sí mismo, pura naftalina, en una falla del mes de mayo sin más destino que el fuego purificador, en parecer tan casposo como los que criticó/criticamos.
Pensarán que me he pasado, es cierto, ha sido conscientemente, sólo he pretendido pagarle con su moneda, me rebela su capacidad para decepcionar, el estilo zafio con el que traiciona sus pasados valores cuando quiere aparentar lo contrario, pose asquerosa, su incapacidad para ir más allá de las vísceras, del morbo, las moscas y las boñigas sanguinolentas, me rebela igualmente su deslealtad a la tierra y a la cultura de sus mayores. En la realidad sólo pretende vengarse de su contraparaíso, de su infancia en tierras castellonenses reconocida como infeliz y al parecer no superada. Será eso, lo siento, setenta años de infelicidad han podido con él por mucho dinero que haya ganado, por muchas lisonjas que haya coleccionado. Yo las mías se las retiro. Lo siento mucho, yo fui vicent-ino.