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En la muerte de Carlos Charro

Carlos Charro se fue por sorpresa esta tarde otoñal, cuando los veedores ya reseñan en el campo bravo las corridas para la nueva temporada y pronto llegará la época de los tentaderos. Cuando las hojas recién caídas de los árboles vuelan alocadamente a merced de los vientos anunciando el eminente invierno y la montanera vive su esplendor tras las aguas que han traído una excelente otoñada. Se fue en vísperas de San Andrés, día apuntado en el almanaque de las gentes del campo por la tradicional feria ganadera de Ciudad Rodrigo que acaba marcando los precios de la lonja porcina y nunca faltaba la presencia de Carlos Charro, siempre al lado de colegas de su gremio.

Aunque llevaba mucho tiempo con la salud debilitada, lo cierto es que nadie esperaba una marcha tan temprana como inesperada, sin hacer ruido y prácticamente hasta hace pocos días con su rutina habitual. Porque, Carlos Charro, fue un personaje que dejó huella y a nadie indiferente. Persona de agradable trato y conversación, patentada la huella de la simpatía con su habitual: “Hombre, torero, ¿qué tal estás?” era el saludo con el que siempre se dirigía a sus amigos cuando los encontraba por las calles de Salamanca. Por Vecinos, donde era tan habitual, al estar muy cerca de su finca familiar de Peña de Cabra. O en cualquier lugar de la provincia. Amante del campo y de las tradicionales, del buen toreo y muy fiel a sus principios siempre supo defender la dignidad de su mundo; de hecho se enfrentó al poder establecido cuando trataron de ningunearlo y quitarle lo que era suyo.

Hijo de una leyenda de la Salamanca ganadera, don Vicente Charro, quien matrimonió con una hija del Marqués de Llen y fueron padres de 15 hijos, todos con la pasión ganadera en las venas. Uno de ellos era Carlos Charro, quien casó con Isabel, hija de otro afamado criador de toros, don Manuel Santos Galache, de Villavieja de Yeltes, algo que después le facilitó el camino para poder ir más por libre. Inicialmente crio toros de procedencia Atanasio Fernández, sangre tan extendida en las fincas de Salamanca, hasta que a final del pasado siglo acabó por eliminarlo para adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos al adquirir productos del Torreón y El Pilar, que tantas alegrías le han dado en los últimos tiempos.

Carlos e Isabel eran los padres de Loreto Charro, heredera de estas dos frondosas ramas ganaderas del Campo Charro y mujer siempre muy unida a su progenitor. A ese Carlos Charro a quien hoy llora la Salamanca ganadera, porque fue un hombre ameno y agradable que mamó la pasión por el toro bravo y era el más feliz del mundo cuando alguno era premiado con la vuelta al ruedo, o le facilitaban el triunfo de los toreros. Desde hoy ya queda su vacío, aunque a estas horas, al llegar a los cielos, estará repartiendo saludos y abrazos con su característico: “Hombre, torero”.

Porque se ha ido un ganadero y un señor del Campo Charro.

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Paco Cañamero

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