Es difícil resumir con palabras las emociones que se vivieron en el cuarto de la tarde de este domingo en Valencia. Podría ser algo así como la felicidad de un torero toreando y un toro bravo embistiendo. Las emociones a flor de piel. Escondido, de Santiago Domecq, no escondía nada porque desde que apareció en el ruedo mostró sus excelentes condiciones. El espectáculo de la bravura en grado sumo. La alegría de cómo se arrancó al caballo fue el presagio de lo que vendría después. Y la manera de galopar en banderillas, con el morro por delante y siempre descolgado. ¡Qué toro tan completo! ¡Qué gozada ver y emocionarse con un animal así! En las embestidas iniciales ya se dejó sentir la pasión, tanto que se arrancó la música en mitad de una profusa serie de muletazos sobre la diestra. Ahí ya se desató el éxtasis por completo. La faena de Román no dejó de crecer, en intensidad, en abundancia, las series eran de siete y ocho muletazos, en firmeza también porque vaya manera de aguantar el valenciano aquel torrente de bravura.
En cada primer ¡jé! de Román, la muleta por delante, en todo momento puesta, allá que iba Escondido, con todo, que se iba largo y repetía, repetía y repetía. Por la derecha, por la izquierda y por abajo. En los medios, en el terreno de los bravos y de los toreros valientes como este Román que estaba firmando la tarde de su vida. Una serie por la derecha, en el ecuador de la faena, hizo estallar al público, que se levantó como un resorte de sus asientos agitando los pañuelos para el indulto. Pocas veces se vio una unanimidad así en una plaza de toros. Esta vez, no hubo discrepancias, solo la alegría que se repartía en todos los tendidos. El palco le pidió a Román que apurara un poco más a Escondido y se agradeció poder seguir disfrutando de las embestidas del toro y de la entrega y el corazón del torero. Por fin asomó el pañuelo naranja. En esta ocasión, la nevera de Manili no hará falta. En Garcisobaco ya esperan a Escondido. ¡Gloria a los toros bravos!