Seis proyectiles de carga hueca, media docena de armarios roperos de canto, con más dificultades para embestir que un sordomudo para cantar flamenco por señas. Lo que fue de Felipe Lafita le ha negado cualquier alegría a César Rincón...
Seis proyectiles de carga hueca, media docena de armarios roperos de canto, con más dificultades para embestir que un sordomudo para cantar flamenco por señas. Lo que fue de Felipe Lafita le ha negado cualquier alegría a César Rincón, actual propietario de la ganadería de El Torreón. Sosos, descastados, sin fuerzas y sobre todo sin nada que los distinga de la miseria ganadera que, salvo honrosas excepciones, está desfilando por Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid. Esto es el cólera morbo asiático. Cuando embiste un toro sorprende como si nos hubiera caído del cielo procedente de otro planeta. Y no es exageración. Es hastío. Es el resultado de muchos años de acomodar las embestidas de los toros a la conveniencia de las figuras de cada momento. Por ese camino hemos llegado al descaste actual. Sencillamente, porque cuando en los toros mandan los toreros y no los ganaderos la ganadería brava se desploma. Eso es axiomático. Y hasta aquí hemos llegado y denunciarlo es deber de todo buen aficionado, y más de quienes escribimos de toros. Miren lo que les ha ocurrido a los socialistas, que de tanto callar y dejar chupar del bote a sus gurús, han llegado a que no los vote ni sus señoras madres. Pues algo así está a punto de ocurrirnos con la Fiesta si no se le pone remedio a la debacle del descaste actual. ¿Que a las figuras no les gustan los toros encastados y repetidores? Eso se sabe y es tan cierto como que el sol alumbra. Si no díganme por qué no exigen los toros de José Arroyo “Joselito”, que el año pasado fueron una revelación. Porque están muy encastados y repiten que es un primor. Como ocurre con otras ganaderías que ustedes queridos lectores saben y yo también.
Ante semejantes jumentos ni el José María Manzanares enrachado, ni el veterano y torerísimo Juan Mora, ni el Cayetano todo pundonor y ganas, pudieron hacer nada. ¿Que la culpa fue de los toros? Pues no lo sé, porque a los toros los traen. No van ellos a Las Ventas por la Vaguada, de su motivo y sin que nadie los conduzca.
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