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García Palacios

La inmensa pena que siento por la muerte de José Luis García Palacios solo se mitiga por el gozo de haberlo conocido. Era, en el sentido machadiano de la palabra, un hombre bueno. De tanto llevar por bandera la sonrisa, ese rictus se había quedado ya para siempre marcado en su rostro. Tenía ese don de la amabilidad tranquila que adorna a los elegidos. Su talante era de concordia permanente. Para todos tenía la palabra oportuna en cada momento. Era un bálsamo de paz y sosiego. En esta hora de su adiós para siempre no hay calificativos que definan a quien fue siempre todo un señor.

Con su porte elegante y distinguido era como un patricio romano. El pelo encanecido le había otorgado el grado de venerable. Adelantaba su mano en señal de una cordialidad ya casi desaparecida. Había logrado quitarse ataduras y aparecía como un pájaro libre para opinar de lo divino y lo humano. De esta forma rompía los esquemas en los actos que presentaba, que afrontaba de manera distendida, sin guion previo, fiel a sus ideas y a sus recuerdos.

Eran recuerdos de una vida intensa de trabajo para los demás desde su rango de empresario. Trabajó con denuedo por los hombres del campo y logró cotas de bienestar insospechados para quienes se enfrentan cada día a la incertidumbre de la cosecha. Fue un ejemplo de triunfador sin mácula, pero sobre todo su mayor éxito fue que tuvo el respeto y la admiración de todos.

Fue un onubense que siempre llegó a gala a su tierra por todos los rincones del mundo. Nunca se cayó Huelva de sus labios. Y fue, por eso escribo estas líneas, un hombre del toro. Ahí estaba fiel a su barrera de La Merced o a su tendido en Sevilla. Ahí queda su denuedo por la ganadería de Concha y Sierra. Y ahí está Albarreal como ejemplo de su constancia ganadera. Fue un mecenas para todos los artistas. Creó los premios de Caja Rural, ahora denominados como Pepe Luis Vázquez, y auspició la publicación anual del libro Maestranza de Sevilla.

En la tristeza que me ahoga quiero recordarlo cuando presumía de su parecido con Pepe Luis Vázquez, con el que alguna vez lo confundían. Y lo contaba como un niño chico feliz y contento. En esta desolación que supone la muerte, solo nos queda el alivio de su ejemplo. Gracias por todo, José Luis.

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García Palacios

Carlos Crivell

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Carlos Crivell
Etiquetas: Desde el Arenal

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