Nos ganó a todos por su naturalidad, por su sencillez, también por su modestia exagerada; lógicamente por su valor para torear despacio, por su temple natural, porque le ponía todos los ingredientes toreros a su muleta; y del cuerpo sólo estaba claro que su valor, su quietud y su temple sólo afectaban a su cuello, a la camisa y a la pañoleta que acababa siempre lejos de la nuez, allá por la yugular de su sangre torera.
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