El público americano es fenomenal, buenísimo. Sobre todo para los toreros. Y más los toreros españoles (y franceses) que están a años luz de los diestros nativos. La gente en América va a la plaza a divertirse, a pasarlo bien y a emocionarse si hay toro y hay talento. El toro lo ponen ellos y está por debajo, en general, del toro que aquí entendemos como tal. Y el talento lo ponen los toreros europeos que andan más que sobrados con aquel ganado. De ahí los triunfos tan espectaculares que nos llegan como un bálsamo en los crudos días del invierno español.
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