¡Quién me iba a decir que vería el mejor Curro Díaz de la temporada en el recoleto ruedo de la placita -apenas dos mil localidades- de un pequeño pueblo de la provincia de Albacete! Fue en Munera y el acontecimiento tuvo lugar este pasado domingo, entre nubes y claros con momentos de lluvia fina que afortunadamente no cuajó en diluvio. Los ángeles del cielo no quisieron privarse de ver el mejor momento del Curro de Linares.
Seis toros de Las Monjas aptos para cualquier plaza de primera en trapío, tipo y romana. Cinco de ellos bravos, encastados y repetidores y un sexto con sus chiribitas. Curro rayó a gran altura ofreciendo el amplio muestrario de su tauromaquia en su primero, pero donde rompió la barrera de lo habitual, convirtiendo en acontecimiento lo extraordinario, fue en el cuarto de la tarde y segundo de su lote. No se puede torear con más arte, empaque y profundidad sobre la base de una extraordinaria colocación. Ni se puede entrar a matar más derecho logrando una estocada digna de los cinceles de Benlliure, autor de “la estocada de la tarde”.
Las dos orejas, insistente petición del rabo y el público en pie alborozado y agradecido a la fortuna, que le había hecho partícipe de tal acontecimiento. Para que la cosa quedara más completa, en la última fase de la faena una moza garrida, digna de un romance de valentía, se arrancó por alegrías en un tendido bajo galvanizando al ya de por sí emocionado público. Curro paró la faena y con agitanada apostura escuchó la voz de aquel ángel canoro que amenizaba su artístico y singular quehacer. Después vino el estoconazo y al final la salida a hombros (con tres orejas de ley en el esportón), y la algarabía de los momentos cumbres de la Tauromaquia. Una voz estentórea gritó a todo pulmón mientras el linarense atravesaba la Puerta Grande (que no lo era tanto pero valía por todas ellas) en hombros: “¡He visto a Curro!”.
Toñete le acompañó, pero era otra cosa. El madrileño recogía el premio a una simpatía innata en el ruedo, que seduce a los públicos, y a la tenacidad que puso en el empeño. El americano Joaquín Galdós no los acompañó –aunque había hecho méritos para ello- porque un golpe del filo de su espada en su segundo toro le levantó de cuajo la piel del pie derecho y estaba en la enfermería dándole trabajo al doctor Masegosa. ¡Esa manía de algunos toreros de descalzarse por un quítame allá esas pajas…! Pero ¡qué tarde la de mi Curro!...
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