Lo sustancial arrinconó lo banal, los valores se impusieron a los intereses, salió el toro en Olivenza, referente iniciático cada temporada y ya van unas cuantas, y se calmaron las aguas bravas del invierno. ¿O eran bravatas?... Claro que para bravo Padilla. La primera mejor noticia en llegar fue la afluencia de público, buena entrada en la novillada y no hay billetes en la primera corrida… Acabábamos de salvar los muebles. Nunca había sido tan prioritario llenar las plazas como en este arranque de año. Una deserción de aficionados fuese por lo que fuese hubiese sido terrible para el ánimo general, para la imagen exterior de la Fiesta, para que no nos traten como algo residual y en extinción y hasta para la programación de otras ferias. Hablando en plata un fiasco hubiese sido media lagartijera. La buena nueva del lleno inicial se extendió y el día siguiente hubo otro lleno, casi dos y volvimos a respirar, volvimos a sacar pecho. El toreo late. El toreo genera riqueza. Volvía a ser difícil encontrar alojamiento y más difícil encontrar mesa en Olivenza. En ese punto me apetece recordar que la mejor Feria de Julio de la historia nació como solución económica a una ciudad en apuros económicos. Es una idea que no se debe despreciar. El primero que ha hablado en esa dirección, ese tío vale, ha sido el presidente del gobierno extremeño, José Antonio Monago. “Hay que potenciar los toros como motor del desarrollo económico”, ha dicho. Es decir, un motivo más para que la administración vuelva la mirada hacia los toros. Al menos ahora que le han fallado tantos y tantos planes. El reto inmediato, coincidencias, está en Valencia. Los efectos del G10 lo han puesto más difícil pero es clave que el toreo mantenga su pulso social y no hay mejor latido que una plaza llena, nada puede motivar más que unas Fallas vivas y triunfales y nada puede generar más respeto que una actividad pujante. En estos momentos el que crece gana. Hay que empujar, tiempo habrá para diatribas.
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