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Hay que darles donde más les duela, en las urnas mismamente

Noviembre no tiene lidia. Creo que la frase fue de El Gallo. Fuese de quien fuese todavía tiene vigencia. Salvo escaramuzas en los despachos, alguna más de las que trascienden, hay poco tajo informativo. Lima, donde Álvaro Lorenzo estrenó apoderado, y México, donde Ponce y Ventura estrenaron la Temporada Grande, cuyos resultados encontrarán páginas más adelante, eran los puntos de interés a la hora de cerrar esta columna. Las otras cuestiones se cocían en el tercio del activismo anti, que comienza a producir hastío y no sé si esa disyuntiva es buena o mala, si favorece o nos hunde. Si bajas los brazos y dejas que te resbalen tantas y tantas obscenidades ideológicas como manejan, en eso son unos auténticos maestros, trileros de la dialéctica, en ese caso te creas mala conciencia, como una sicosis de rendición. Si te alteras y te pones a vocear la indignación y les replicas es como darles pábulo y das imagen de debilidad pública, ayudas a crear en la sociedad un estado de opinión apocalíptica que no nos favorece. Es lo que está sucediendo, hasta el punto de que los más indiferentes en la cuestión ante tanta guerra y tanto ataque tienen la idea de un final próximo e inevitable para los toros, ambiente que no me gusta nada ni nos favorece. Y en ese dilema si me permiten el personalismo me muevo, tanto en el territorio particular como en el periodístico. ¿Respuesta o indiferencia? Es la cuestión, la duda. Seguramente ni una cosa ni otra, inteligencia y contundencia me parece más oportuno. Intentar darles donde más les duela. En las urnas mismamente. Si ochocientos puestos de trabajo en peligro (en los astilleros) han hecho que se llegue a establecer la delirante división entre las bombas que matan buenos y las bombas que matan malos para desdecirse de su demagogia anterior, por qué, me pregunto, no salir a defender los puestos de trabajo, muchos más de ochocientos, que dejaría en el aire una hipotética prohibición de los toros. Seguramente habría que quemar neumáticos o colapsar una ciudad para que nos atendiesen, seguramente. Suena a extremismo, a asonada, pero es lo que entienden y habría que hacerlo. A estas alturas una defensa razonada del tema comienza a parecer definitivamente inoperante.

Si ochocientos puestos de trabajo en peligro (en los astilleros) han hecho que se llegue a establecer la delirante división entre bombas que matan buenos y bombas que matan malos, por qué no salir a defender los puestos de trabajo, muchos más de ochocientos, que dejaría en el aire una hipotética prohibición de los toros

No es fácil ni siquiera justo situar el problema en un plano de igualdad entre los anti y los pro, porque para los políticos que alientan el contencioso, este conflicto que han creado artificialmente es un arma para disimular objetivos inalcanzados y otras frustraciones, puro profesionalismo por mucho que lo quieran revestir de sentimientos. Una estrategia para disimular su ineficacia en las cuestiones que realmente afectan a la ciudadanía (se trata de crear un problema menor e inflamarlo para retardar otros problemas de mayor calado) en realidad un plan para disimular fines inconfesables que ha hecho fortuna. Una cuestión de interesada oportunidad sin duda, de lo contrario no cabría tanta contradicción en un mismo partido, incluso en la trayectoria de muchos de sus dirigentes ni en sus posicionamientos actuales que les pueden llevar a condenar algo que ni siquiera conocen o a enarbolar la bandera de un extraño animalismo mientras devoran crustáceos crudos y aquí podría decir caros/carísimos crustáceos crudos a costa del erario público, pero eso sería caer en la demagogia fácil que ellos utilizan… Luego está la tropa de la pancarta cuyo activismo no es más que un jornal con el que vivir y/o un entretenimiento con el que encuentran la manera de sentirse buenos o importantes cuando ellos mismos saben que ni son buenos ni importantes ni nada en una sociedad que les devora.

La reacción al Premio Nacional de Tauromaquia que se ha concedido a Padilla ha sido tan esperada como cerril. Lo grave de la cuestión es que desconocen los valores que representa Padilla. Ni los conocen ni mucho menos los practican

En cambio, para los protaurinos la cuestión es una afición, un sentimiento, un entretenimiento que además de costear de su bolsillo carga con la mochila de una imagen pública poco acreditada por todo lo dicho. Para muchos de ellos los toros son el último de sus problemas personales en un momento en el que las economías familiares no navegan por el mejor mar. Y es en ese plano donde comenzamos a perder la batalla, donde se hacen imprescindibles profesionales que diseñen la estrategia de este bando. Ahora la cuestión sería elegir quién dirige esa acción… Se supone que la Fundación, en tanto en cuanto acoge a todos los estamentos de la Tauromaquia y tiene estructura profesional. Pues dejémosla.

En ese estadio social la reacción al Premio Nacional de Tauromaquia que se ha concedido a Padilla, entiendo que merecidamente, ha sido tan esperada como cerril. Mucho más allá de las cuestiones estrictamente taurinas, de si te gusta más o menos o nada el estilo de Padilla, o al margen de si te gustan los toros o no te gustan, lo grave de la cuestión es que desconocen los valores que representa Padilla, que no son otros que el esfuerzo, la superación, la autenticidad, el sacrificio… Ni los conocen ni mucho menos los practican. A lo peor es por eso por lo que se han puesto hechos unos energúmenos.

Y mucho me temo que con esta diatriba estoy cayendo en la trampa del pesimismo y nada más lejos de mi intención. Lo siento, pero me rebelo. Y no me rebela menos que en este bando andemos a bastonazos inter nos por cuestiones menores o de concepto que siempre cohabitaron en el toreo sin más consecuencias que la apasionada y divertida confrontación: las exigencias de las figuras (que por cierto la mayoría aplicaríamos en su caso), el ejercicio de negarles toda virtud (sean quienes sean, basta con ser figuras para convertirlas en diana), las injusticias con las no figuras (que no siempre son tantas pero existir existen), el toro grande y el toro menos grande y el toro abusivo; el nepotismo de una afición que se arroga un rol de autoridad superior al resto de los humanos, especialmente a los que llaman público, al que desconsideramos aunque le necesitemos como el comer… pero siempre fue así y aquí estamos. Lo nuevo es la fuerza in crescendo que han tomado nuestros enemigos a los que no acabamos de poner en su sitio. No malgastemos fuerzas.

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Hay que darles donde más les duela, en las urnas mismamente

José Luis Benlloch

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