En el año 1567, el Papa Pío V condenó la práctica de las corridas de toros con su encíclica “De salutis gregis dominici”. Hoy, casi cinco siglos después, la fiesta de los toros sigue gozando de buena salud, o al menos de la suficiente para sobrevivir a todos los intentos de sus enemigos para borrarla de la faz de la Tierra. Y es para pensar que lo que no pudieron un Papa, con lo mucho que significaba un Papa en aquellos tiempos, ni algunos reyes, que también lo intentaron, no lo van a poder ahora un puñado de falsos animalistas de los que se les saltan las lágrimas contemplando las monerías de un perrito pequinés, mientras miran para otro lado cuando encuentran a un niño harapiento y con hambre.
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