Categorías: Opinión

¡Impactante!… y si quieren discutir, discutan

Poncistas de siempre, advenedizos y opositores empedernidos ¡abajo las lanzas! reconocieron la hazaña en la plaza en una especie de rendición general, hasta que los del no es no recuperaron el aliento y sacaron su furia bajo el velo del purismo.

Todas las semanas, un suceso. Hablamos de Madrid. Al menos uno. Puede parecer poco pero si tienen el calibre del último es un gran suceso. Si sucede en el intransigente Madrid, puede calificarse de hito. Si tenemos en cuenta las vísperas, una válvula de escape ante la amenaza de depresión. Si nos vamos a la historia habría que situarlo en las páginas de los casos únicos: veintiocho años de alternativa y tal y tal… Y si uno lo ve desde Valencia y ama esto de la Tauromaquia, aunque haya disfrutado ya de mil hazañas, se tiene que poner en pie y disimular su feliz congoja. Había motivos sobrados: Valencia como banda sonora en Madrid, donde nadie se acuerda de la música más que para entretener los entreactos, la misma Valencia que algún talibán taurino había pretendido desmerecer con una pancarta momentos antes; la Puerta Grande, la que da a la calle de Alcalá, la más soñada, la más guardada, abierta de par en par; y en el ruedo una multitud enfebrecida llevaba en volandas al maestro. ¿Traslado o asalto a la verja venteña?… tratándose de quien se trataba, fervoroso traslado. Era Ponce, don Enrique, veintiocho temporadas de alternativa, treinta años desde que se presentó en ese mismo ruedo, cuando ni siquiera alcanzaba a ver los toros por encima de la barrera y para ver tenía que asomarse por la bocana del burladero. Acababa de dar su penúltima lección magistral ante la más dura cátedra del toreo. No fue una obra perfecta, el arte nunca lo es ni sería bueno que lo fuese. ¿Qué motivación quedaría para la tarde siguiente?… Lo de Ponce sólo fue impactante, sólo impactante.

Todas las semanas, un suceso. Hablamos de Madrid. Al menos uno. Puede parecer poco pero si tienen el calibre del último es un gran suceso. Ponce, más que maestro doctor, fue el protagonista

No eran gratuitas aquellas sensaciones. El maestro de Chiva, que acudió a la feria con una de las corridas más fuertes que se han lidiado este año -gran corrida de Justo Hernández, presentada, variada, brava, interesante…-, primer dato del suceso, estuvo magistral desde que se abrió de capa. No había sido hasta ahora la tela rosa su arma de lucimiento principal y sí pasaje de tránsito y preparación camino del tercio final, pero las cosas son como son hasta que dejan de serlo y el tipo anda empeñado constantemente en añadirle novedades a su repertorio para prorrogar sine die su vigencia tras veintiocho temporadas en la cumbre y ese, el capote, era su penúltimo reto. Lo ha conseguido. A su primer toro lo lanceó entre clamores con las manos bajas, mucha torería, regusto y poder. Eran preciosas y eran noticia las verónicas, la media a pies juntos y de frente, aquella otra cargando la suerte, las chicuelinas muy aladas, la colocación en la plaza, la justa para recoger al toro abanto y la exacta para hacerle el quite al compañero en apuros, todo con la inspiración a flor de piel y la inteligencia de siempre que le permitía aprovechar cualquier arrancada para robarle una larga o dejar el toro puesto y colocado con la máxima economía de capotazos.

El secreto de su primera faena estuvo en no dejar que el toro se saliese de aquella reunión a la que le tenía sometido. Su segundo trasteo fue ciencia pura. Ni el toro de las guadañas tenía condición ni el 7 quería el éxito

En ese estado de gracia arrancó Enrique su tarde. Luego sus faenas fueron muy diferentes. También pletóricas. La primera, a un buen toro que Enrique hizo parecer mejor de lo que realmente era, y la segunda, a un toro complicado y difícil de escandalosa cuerna, al que dominó y sacó lo que nadie imaginaba que se le podía sacar. El secreto de su primera faena estuvo en no dejar que el toro se saliese de aquella reunión a la que le tenía sometido. El momento crítico llegó cuando el toro se negó a seguir el engaño por el izquierdo; y el momento definitivo fue la serie última, rodilla flexionada, nada que ver con la poncina, reunión máxima, escultórica, dominio total, por el derecho y hasta por el izquierdo, que puso la plaza en pie. El segundo trasteo, el del toro cornalón, fue ciencia pura. Ni el toro tenía condición para el triunfo, ni parecía tener fuerzas aunque no se cayó, sí tenía tendencia a vencerse y a puntear y los del 7 no querían que Ponce redondease la tarde. Esa era la realidad. Sin embargo, nada que Ponce no pudiese superar. Se fajó con él, le puso y le quitó la muleta, le hizo creer que podía mandar cuando el que mandaba era Ponce y acabó toreándolo con largura. Naturalmente, la plaza enloqueció. En los dos toros necesitó de un pinchazo previo a las estocadas, nada que empañase el triunfo más allá de rebajar el número de trofeos, que quedó en uno de cada toro. Lo necesario para dar pie a aquella manifestación de júbilo -¿traslado o asalto a la verja?…- con la que se cerraba la tarde. Ponce, más que maestro doctor, le había añadido una nueva página a su gloria.

Poncistas de siempre, advenedizos y opositores empedernidos ¡abajo las lanzas! reconocieron la hazaña en la plaza en una especie de rendición general, hasta que los del no es no recuperaron el aliento y sacaron su furia bajo el velo del purismo

En las tertulias, en corrillos y llamadas telefónicas, poncistas de siempre, advenedizos y opositores empedernidos -¡abajo las lanzas!- reconocían la hazaña en una especie de rendición general. Eso fue así hasta que pasadas las horas recuperaron el aliento los del no es no y salió a relucir la furia anti que camuflan con el velo del purismo. Se rasgaron las vestiduras y anunciaron desde sus pulpitos y minaretes poco menos que la apocalipsis taurina. Nada nuevo. Se lo hicieron al Guerra, a Juan, a José, a Manolete, a Ordóñez, a Manzanares… hasta que años después, revestidos de impudicia, les reconocían su grandeza. ¡Qué amargura! Tampoco tiene mayor importancia, ya hace años, desde siempre, que reacciones así forman parte del atrezo del éxito.

POSDATA 1.- Aceptada la actuación de Ponce como memorable, eso es incuestionable, luego discutamos, es sano y anima, si era de puerta grande o no. Si les entretiene, discutamos. Desde esa óptica, es evidente que si no era de puerta grande habría que descolgar del pódium histórico a la gran mayoría de quienes traspasaron en volandas tan glorioso umbral, pero discutan, discutan.

POSDATA 2.- José Carlos Venegas cumplió el domingo delante de los cuadris una actuación en el tercio de la heroicidad. Bravo, sincero, ambicioso, tremendo… Me emocionó. Me asustó.

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¡Impactante!… y si quieren discutir, discutan

José Luis Benlloch

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