La pincelada del director

Impacto Manzanares

José Luis Benlloch
lunes 02 de mayo de 2011

Escribo bajo el impacto de Manzanares en Sevilla. Por estos lares, en el Arenal, en el Baratillo, en la Macarena, en la plaza de Cuba y más allá, en hoteles de lujo y esquinas de pícaros y gitanas, en tertulias de radio y corros de taberna, en los grandes palacios y en las casetas de feria que ya cobraban vida camino de la encendía, se han agotado las alforjas de los elogios, apologías, alabanzas y loas. Merecidamente, que quede claro. Ese es amor, el de Manzanares y Sevilla, que viene de lejos, matrimonio de conveniencia para los interesados y para el toreo en general y no por eso menos deseado ni menos deseable ni menos sincero ni menos oportuno ni menos noble. Los grandes conceptos siempre se atrajeron. Un gran escenario, un gran torero, la historia más linajuda de la tauromaquia siempre necesitará de brotes verdes. Como ese. Y si hablamos de necesidades, el momento por el que atraviesa la Fiesta todavía lo hace más oportuno. Gozo daba las últimas horas -y lo que va a durar- poner la tele, sentarte a escuchar el telediario y comprobar que por fin para la España oficial el toreo es algo más que protestas, descalificaciones, críticas o amoríos de rastrojera. El mejor toreo, el del sentimiento y la verdad, el de la templaza y la guapeza, el que se abre con la inspiración y se embellece con la creatividad, el de la gente sensible y los públicos generosos, el de los tíos valientes y los toros bravos se convirtió en titulares. Ya tocaba. Es la fuerza telúrica y mágica del toreo que todo lo puede. Un paréntesis, en cualquier caso conviene que no nos confiemos.

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