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Informar no es asustar

Me lo temía. Palabra de honor, y mi esposa, con la que me encuentro recluido en el domicilio familiar, puede dar fe de ello. Se lo comenté cuando el coronavirus comenzó a expandirse por Europa. “Esto en España puede ser catastrófico”, le dije, y siento en el alma no haberme equivocado. Pero a mi edad conozco muy bien a mis clásicos y su tendencia a hacer lo que les rote, tomándose a beneficio de inventario todo lo que no salga de su caletre. Si nos dicen que no hay que salir, nos pirramos por llevarle la contraria a los que, por entender del asunto, así lo han dictaminado. Incluso se convocaron concentraciones de miles de personas cuando ya China sufría los estragos de la epidemia, y en Italia comenzaban a caer como moscas. Ese grave error se lo debemos a los que ahora no tienen más remedio que dar la cara compungidos y llorosos.

Italia y España se llevan la palma de víctimas del COVID-19, no en vano son dos países de parecida idiosincrasia, donde impera el “¡Qué más da!” y el “No será para tanto”. Y así nos va. Lo que comenzó como un Jueves Lardero de merienda campestre, ha entrado de lleno en un acojono general con cornetas y tambores. Aquí nos acordamos de Santa Barbará solo cuando truena. Lo de obedecer las órdenes cuesta un mundo e incluso nos creemos que desobedeciéndolas engañamos a los otros, cuando nos estamos engañando a nosotros mismos. Y para mayor Inri la gente presa del miedo -ahora sí- confinada en sus casas se pasa las horas zapeando en la televisión, en busca de las emisoras más escandalosas, que utilizan la epidemia para atrapar mayor audiencia, y en las que, por cierto, coronavirus es la palabra más repetida.

Hay epidemia de coronavirus, sí, pero lo que de verdad tiene al país horrorizado, anonadado y al borde de la parálisis es el pánico, sembrado cada hora y cada minuto por unos medios de comunicación tremendistas, en los que más que información se está sirviendo el drama minuto a minuto con pelos y señales. Y eso no es información. Eso es terrorismo informativo. Esa realidad me reafirma en el gran papel que pueden desarrollar los medios de información honestos, en los casos en que la tragedia repica a recio en un país.

Esta modesta publicación, que, afortunadamente, no manejan ni los resortes del poder ni los de la oposición, se ha quedado sin el día a día del toreo como fuente de información esencial que le es propia, pero, aunque no oculta las noticias que se imponen por sí mismas, ha centrado su razón de supervivencia, que es servir a los aficionados al mundo del toro los más diversos reportajes y artículos de opinión, que tienen la Tauromaquia como eje y razón de su existencia. Pero las televisiones y las cadenas radiofónicas, mayoritariamente, han cogido el carrilet del COVID-19 y, dale que te pego, han hecho de sembrar el pánico el único argumento válido para mantener, y aumentar, si posible fuera, su audiencia. Lo siento, pero tenía que decirlo para tratar de evitar la náusea…

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Informar no es asustar

Paco Mora

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