La intolerancia y el espíritu tribal que ha resucitado en el país, de una manera altamente negativa para la convivencia en paz y armonía de sus ciudadanos, ha irrumpido también en el mundillo taurino. Con razón decía Ortega y Gasset que para saber el estado real de la nación bastaba con asomarse a una plaza de toros. El toreo, como arte que es, debe gozar de un ambiente sosegado y reflexivo sino queremos convertirlo en un guirigay incomprensible e inaguantable, del que convenga mantenerse apartados. Es cierto que la crisis económica influye grandemente en que mucho público haya olvidado el camino de las taquillas de las plazas. Pero no son las dificultades de una economía popular depauperada el único factor que mantiene el espectáculo en una extraña situación, en la cual imperan la intransigencia, el radicalismo, la negatividad y la falta de respeto a los demás y sobre todo los palos de ciego a la esencia misma de la Fiesta, vulgarizándola hasta extremos insoportables.
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