No creo que José Tomás estafe a nadie por hacer una temporada de tres corridas en dos plazas españolas de segunda y una francesa, que le es proclive...
No creo que José Tomás estafe a nadie por hacer una temporada de tres corridas en dos plazas españolas de segunda y una francesa, que le es proclive hasta la fidelidad. Simplemente, no quiere guerras ni aspira a pasar a la historia como una figura de época. Se conforma con hacerse rico y que se le reconozca como un excelente torero. Y las dos cosas hace tiempo que las consiguió. Quizás no se haya planteado nunca ser el mandón real del toreo de su tiempo, y eso puede tener su origen en que nunca tuvo fuelle para torear sesenta corridas seguidas. Y ahora se conforma con ser la secuela de sí mismo, porque sabe que la edad no perdona. Sea cualquiera la causa de que se administre con cuentagotas, el de Galapagar es muy dueño de hacer con su vida lo que le dé la real gana y de plantear su carrera como le rote.
¿Qué cobra mucho? Será porque se lo pagan. Como tampoco se sabe que le deba nada a nadie y es de suponer que está al corriente con el fisco, no cabe considerarlo culpable de nada. Si acaso, de no haber comparecido en más plazas para que lo pudieran ver los aficionados de todos los rincones de España. Incluso de haber anatematizado a la televisión como lo ha hecho. Pero ambas actitudes no están tipificadas como delito ni le restan calidad y pureza a su toreo. Si acaso le incapacitan para optar al Premio Naranja a la simpatía. Y eso que le tenemos que agradecer, porque la nómina de los simpáticos profesionales está ya sobredimensionada de tal manera que comienza a provocar náuseas.
José Tomás ha sabido distanciarse del público y eso ha ayudado a su mitología. Cuanto más inaccesible se muestra una figura pública más aumentan los deseos de verla de cerca, aunque en este caso haya una barrera y un toro de por medio. Nada que objetar a la postura restrictiva de José Tomás. He oído dos veces el tono de su voz; una en el kiosko-churreria frente a la Plaza de Toros de Valencia cuando todavía era novillero, que a la salida de una corrida de Fallas me preguntó si sabía dónde estaba “El Choni”, y otra, ya de matador, en Teruel en cuya plaza estaba anunciado, en el hotel donde se hospedaba, dando cuenta de un polo de chocolate sentado en las escaleras que daban al jardín. En ambas ocasiones su conversación fue parca y seria, como su toreo. Como persona me merece todo el respeto y como torero me interesa, aunque apenas esté en el mercado.
Los que de verdad se hacen insufribles, y hasta vomitivos en ocasiones, son sus fanatizados partidarios, empeñados en hacer un mito donde solo hay un hombre seco de carácter y escaso de palabras y un torero importante, más bien corto de actuaciones, y que no debe ser caro para las empresas a juzgar por las ganas que tienen de contratarlo. Fanáticos que le hacen un flaco servicio a JT, porque barbarizando sus opiniones y menospreciando a los demás toreros sólo provocan rechazo hacia quien tratan de ensalzar.
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José Tomás y las malas compañías
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