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Juan Pedro, un ganadero histórico

Juan Pedro Domecq ya está viendo sus toros desde allí arriba. Desde el palco del cielo que Dios tiene reservado para los maestrantes de la gloria del mundo de los toros. Andaba preocupado por averiguar las causas de la pérdida de casta que sufre la ganadería brava española. Fue uno de los primeros en darse cuenta de que los toros perdían movilidad y fiereza de manera paulatina, y de que el proceso podría acelerarse si no se le ponía remedio cuanto antes. Recuerdo que hace ya cinco años, en un almuerzo en el restaurante El Callejón de Albacete, en plena feria septembrina, se mostraba empeñado en que, sin la pérdida de su reconocida nobleza, sus toros recobraran ese punto de casta que diera más emoción a lo que los toreros hicieran con ellos. Porque Juan Pedro era un perfeccionista. Y un alquimista de la cría del toro de lidia. El pasado verano, en la piscina del hotel Meliá de Alicante mientras el sol caía a plomo sobre nuestras espaldas, me reconoció que no había encontrado todavía el equilibrio que buscaba en sus productos ganaderos, porque cambiar el ritmo de una ganadería requiere más tiempo del que muchos suponen. “En esto no hay nada que se arregle de hoy para mañana”, me decía pensativo. Vivía para la cría del toro bravo, al que amaba sobre todas las cosas de este mundo, exceptuando a la familia y al linaje de su apell
Era un tipo entrañable. Había que conocerlo para saber que por encima de su aparente distanciamiento de lo que le rodeaba había una punta de timidez y un espíritu apasionado para todo aquello que le llegaba al alma. Sería difícil entender la ganadería de bravo de los últimos cuarenta años sin su nombre. Tuvo un amplio reconocimiento a la contribución de su “toro artista” al auge de la Fiesta y a la armonía, cadencia y despaciosidad del toreo. También tuvo sus detractores. Ahora, de un tiempo a esta parte, quienes le negaban el pan y la sal como ganadero habían crecido en virulencia. Pero han sido muy injustos, porque la ganadería no es una ciencia exacta y no se puede acusar a Juan Pedro de dormirse en los laureles porque en cuanto a investigación sobre la cría del toro de lidia era “primun inter pares”. Juan Pedro ha sido un hombre bueno y un ganadero excepcional. Un ganadero histórico, y como tal será recordado. Pero su dimensión de ser humano era todavía más importante para quienes tuvimos la suerte de t
Juan Pedro, si te encuentras allí arriba con el ganadero poeta Villalón, dile que no conseguiste toros con los ojos verdes como él soñaba, pero que has contribuido a la historia del toreo con faenas gloriosas gracias a tus toros, que permitieron un modo más armonioso y artístico de interpretar el

Juan Pedro Domecq ya está viendo sus toros desde allí arriba. Desde el palco del cielo que Dios tiene reservado para los maestrantes de la gloria del mundo de los toros. Andaba preocupado por averiguar las causas de la pérdida de casta que sufre la ganadería brava española. Fue uno de los primeros en darse cuenta de que los toros perdían movilidad y fiereza de manera paulatina, y de que el proceso podría acelerarse si no se le ponía remedio cuanto antes. Recuerdo que hace ya cinco años, en un almuerzo en el restaurante El Callejón de Albacete, en plena feria septembrina, se mostraba empeñado en que, sin pérdida de su reconocida nobleza, sus toros recobraran ese punto de casta que diera más emoción a lo que los toreros hicieran con ellos. Porque Juan Pedro era un perfeccionista. Y un alquimista de la cría del toro de lidia. El pasado verano, en la piscina del hotel Meliá de Alicante mientras el sol caía a plomo sobre nuestras espaldas, me reconoció que no había encontrado todavía el equilibrio que buscaba en sus productos ganaderos, porque cambiar el ritmo de una ganadería requiere más tiempo del que muchos suponen. “En esto no hay nada que se arregle de hoy para mañana”, me decía pensativo. Vivía para la cría del toro bravo, al que amaba sobre todas las cosas de este mundo, exceptuando a la familia y al linaje de su apellido.

Era un tipo entrañable. Había que conocerlo para saber que por encima de su aparente distanciamiento de lo que le rodeaba había una punta de timidez y un espíritu apasionado para todo aquello que le llegaba al alma. Sería difícil entender la ganadería de bravo de los últimos cuarenta años sin su nombre. Tuvo un amplio reconocimiento a la contribución de su “toro artista” al auge de la Fiesta y a la armonía, cadencia y despaciosidad del toreo. También tuvo sus detractores. Ahora, de un tiempo a esta parte, quienes le negaban el pan y la sal como ganadero habían crecido en virulencia. Pero han sido muy injustos, porque la ganadería no es una ciencia exacta y no se puede acusar a Juan Pedro de dormirse en los laureles porque en cuanto a investigación sobre la cría del toro de lidia era “primun inter pares”. Juan Pedro ha sido un hombre bueno y un ganadero excepcional. Un ganadero histórico, y como tal será recordado. Pero su dimensión de ser humano era todavía más importante para quienes tuvimos la suerte de tratarlo.

Juan Pedro, si te encuentras allí arriba con el ganadero poeta Villalón, dile que no conseguiste toros con los ojos verdes como él soñaba, pero que has contribuido a la historia del toreo con faenas gloriosas gracias a tus toros, que permitieron un modo más armonioso y artístico de interpretar el toreo.

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Juan Pedro, un ganadero histórico

Paco Mora

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