Hay dos ligas en el toreo: la de los que así se las ponían a Fernando VII, en la que juegan Ponce, El Juli, Morante Talavante, Manzanares, Castella, Perera, Urdiales, López Simón y Roca Rey, y la de los que para sobrevivir tienen que marchar al son del cañón y con el cuchillo entre los dientes, como entendía la guerra el mariscal Moltke.
Todos los panes del toreo se ganan con mucha dureza porque aquí no hay nada cómodo, excepto los asientos de los palcos presidenciales y los butacones de los despachos de los empresarios, pero el chusco de los que cada tarde tienen que asaltar la trinchera ejerciendo de brigada de choque es como el granito. Pan propio para tigres jóvenes, cabreados y con afiladas dentaduras. Creo que se me entiende todo. Que se lo pregunten sino a Rafaelillo, Abellán, Escribano, Castaño, David Mora, Ureña, Encabo, Robleño, Pinar, Fortes y hasta a Curro Díaz… Por no mencionar al Fino de Córdoba, que a ese no le dejan una hogaza-ni blanda ni dura- como si las empresas estuvieran decididas a dejarlo morir, taurinamente, de inanición.
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La auténtica crueldad del toreo
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