La gente quiere verdad, emoción, variedad, novedades, figuras que compitan y que le llegue el dinero para ver una tarde de toros. Y de los toros quiere la casta, la buena, pero viveza, pulso, trapío y movilidad. Toros que pidan lidia, además, y luego torear. Toro que tenga que hacer el matador y que no venga hecho por el laboratorio del ganadero. La gente pide fiesta que ese es el nombre y el objetivo de este espectáculo. Pero no te engañes, digo fiesta taurina y no fiesta de cachondeo, merienda, cubata y no te enteras de nada. Porque si resumimos está muy claro: el toro debe ser encastado. El torero, con personalidad; y el público, aficionado. Sólo si es aficionado el juicio final será un veredicto justo. ¿En qué nos han ganado los franceses teniéndolo más difícil? En que han hecho aficionados; y el aficionado es cliente fiel si no le engañan. El no aficionado es un transeúnte ocasional de los tendidos, un ave de paso…
Lea AQUÍ la entrevista completa en su Revista APLAUSOS Nº 1955
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La cara y la espalda
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