Esa tipa (¿tipo, tal vez?) con voz nasal causada por a o por b (a: efecto que produce en la respiración la tendencia felliática incontenida; b: no me sueno los mocos); esa otra que tiene más operaciones que el Ruber y que en su día hubo un torero J que tuvo el mal gusto de frotarse con ella para dejarnos una herencia indeseable; ese tipo, ese, que se subió, loca loca, a una carroza un día de Gays para vergüenza de los gays, están ricos. A ver, ricos de pasta, money, parné, lana, guita. Ricos de lo otro, no, aunque ellos coman y chupen. Son los que me hacen adherirme al verbo prohibir. Los únicos. Por decencia, deberíamos modificar la Constitución y escribir en ella: quedan prohibidos esos seres y esos espacios de televisión con olor a vertedero, interés de pirata, filibusteros de la moral, apólogos de las miserias humanas, traficantes de las mierdas que no se defecan, esos cuyo sentido de la vergüenza y del sonrojo lo perdieron justo al ser embriones.
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