Ha muerto un torero único e irrepetible. A los 85 años ha fallecido en su Jerez de la Frontera natal Rafael de Paula. Torero gitano, de acusada personalidad, que logró salir del rincón del sur que lo tuvo catorce años aislado del orbe taurino gracias a la deslumbrante faena de Vistalegre al toro de Fermín Bohórquez en octubre de 1974. Sonó entonces "la música callada del toreo" como definiría su duende el escritor José Bergamín. Rompió cualquier tipo de frontera alcanzando cotas artísticas inimaginables por su sentimiento, por su personalidad.
Se trata de toda una leyenda por su singular forma de entender el toreo -como un arte instantáneo fruto de la inspiración-. Sin olvidar su elegancia natural, los complicados inicios, el sello de su compleja personalidad y el misterio que siempre rodeó su vida personal.
Unos meses antes de la famosa tarde de Vistalegre había confirmado en Las Ventas, con 34 años de edad, ante toros de José Luis Osborne. Aquella tarde, además de romper para siempre una barrera que le tenía aislado en su rincón, fue inmortalizada por un quite por verónicas frente a toriles que enloqueció a la exigente afición de Madrid. Tuvo que saludar montera en mano hasta en tres ocasiones tras esa serie de lances desgarradores que reivindicaron su arrebatada personalidad. "Un quite que da la vuelta al mundo", tituló José Alameda. Todo el sentimiento contenido en tanto años de lucha marginada se liberó para llegar a los más hondo de Las Ventas. "Es cierto que durante algunos años fui un torero provincial que despertaba atención. Entonces me llamaron varias veces para confirmar la alternativa en Madrid, pero yo he sido siempre de la idea de no torear cualquier cosa; me niego a ir a los leones, como se suele decir. Pedía ciertas garantías", confesó en el diario El Mundo en 2004.
Aquel impacto propició dos temporadas gloriosas recorriendo España disfrutando de su vocación como nunca antes había podido hacer. Sin embargo, en 1978 llegó la lesión de rodillas que generó mella en el ánimo del artista y, especialmente, en sus facultades para desarrollar el toreo que tenía en la cabeza. Comenzó entonces un largo declive con momentos de genialidad -que con su calidad se convertían en auténticas obras de arte- que compensaban las continuas fatiguitas en la cara del toro. Unas veces fruto de la caprichosa inspiración, otras por la imposibilidad física.
Para muchos gitanos ha sido el que mejor ha expresado su sentimiento como colectivo por encima de tantos artistas flamencos magníficos que ha dado el pueblo gitano. Su verónica era un quejío milagroso. Un grito desgarrado y sentido que marcó una forma de entender la vida. Una irrupción histórica que se vivía a escala la tarde que a Paula le daba por torear. Sus muñecas mecían el capote, entonces surgía un vuelo sedoso que templaba la potencia animal. Reducir la embestida a través de la belleza. Invitar a entregarse al toro a través de la entrega artística del torero.
Dicen que Paula fue un torero de pellizco. Rafael de Paula, con sus luces y sus sombras, fue un torero de época. Su carrera estuvo plagada de altibajos, pero también de contenido artístico. Hasta en las temporadas menos exitosas, los aficionados encontraron en Rafael de Paula el refugio de un toreo único.
Una placa en la plaza de toros de Jerez recuerda la faena al toro Sedoso del Marqués de Domecq en 1979. "Rafael de Paula, Rey del Toreo", reza la inscripción. El sentimiento llenó cada lance y cada muletazo aquella tarde. El sello tan personal, la suavidad con el capote, sus muñecas rotas, el abandono del cuerpo, la sublimación del toreo. Dicen los gitanos que cada pase de aquella tarde fue una sentencia y que hasta el sol se paró para verle torear. En 1986 cuando una voz ofensiva se metió con el maestro en el plano personal en el momento en el que iba a iniciar la faena con la muleta, el enfado hizo que Rafael se quitara su montera -la llevaba calada- y la arrojara con rabia al ruedo, del mismo modo hizo con el estoque de ayuda, lo lanzó entre barreras. Espartaco le tranquilizaba desde el callejón, otra voz desde el tendido le daba aliento para afrontar aquella faena al toro de Jandilla en la tradicional corrida concurso. Llegó su maravillosa inspiración, sin artificios, que brotaba del corazón como un arrebato. Una faena preciosa, con muletazos de frente, con el compás casi cerrado, con todo el pecho por delante. Y qué pases de pecho…. otra faena para enmarcar que tuvo lugar en plaza de Jerez en 1986.
Al año siguiente, tendrían lugar dos actuaciones clave en la trayectoria de Rafael de Paula, en los dos escenarios fundamentales de la tauromaquia. La primera fue en la Feria de Otoño de Las Ventas, cuando cuajó al toro Corchero de Martínez Benavides. Un sobrero que le permitió reencontrarse con una afición que no se cansó de esperarle, porque sabía que el maestro gitano podía en cualquier momento revelar un misterio con su capote y con su muleta. Aquel día se obró el milagro. Fue una obra excepcional, con el único patrón del sentimiento. Los males llegaron con la espada, una faena que habría sido premiada sin duda con las dos orejas. La vuelta al ruedo de emocionado reconocimiento unánime reconfortó al artista. Escribió Joaquín Vidal en El País: "Nunca el toreo fue tan bello. Jamás el toreo, en las décadas últimas que se recuerdan, alcanzó la grandeza a donde lo llevó Rafael de Paula con su faena de muleta al toro-torazo, cornalón y astifino, que salió, sobrero, en cuarto lugar. Los ayudados por alto, los redondos, las trincheras, los naturales... Sí, el toreo ya inventado, las suertes clásicas. Pero en la interpretación genial del diestro gitano no surgían de los propios cánones de la tauromaquia sino de otro orden, desconocido, que las convertía en nuevas, y cada pase que desgranaba era una creación exclusiva del arte de torear".
Unos días después toreó seis toros en la Maestranza de Sevilla, el 12 de octubre de 1987, inmortalizando al toro Lebrero, de Fermín Bohórquez. Una faena cumbre premiada con las dos orejas en una tarde en la que a punto estuvo de conseguir la Puerta del Príncipe.
La trayectoria de Paula no tiene cobijo en las estadísticas. Los números no hacen justicia a una dimensión del arte sólo alcanzada por Rafael. Fue capaz de llegar al alma de la afición con su verónica, con un natural enfrontilado, con un adorno personal. Un milagro por su fragilidad. Una emoción que emanaba de sus muñecas hasta olvidarse de sus piernas destrozadas. Su inimitable personalidad compensaba sus dificultades para irse de la cara del toro, la inseguridad propia de la falta de facultades que convertían la suerte suprema en un auténtico calvario.
Su toreo forma parte de la eternidad. Como escribiría Juan Posada: "Rafael de Paula torea como los demás toreros sueñan".

