La muerte de Luc Jalabert cinco días antes de abrirse en Arles las corridas de Pascua se sintió durante las tres fechas de feria como una espiritual presencia protectora y no solo como una triste ausencia irreparable. Sobre el legado del Luc empresario -una cuidada corrida de rejones, un toro apto para todos, un ambiente singular- los hermanos Jalabert han mantenido fondo y formas. Buena feria. De los dieciocho toros en puntas de la Pascua de Arles, solo diecisiete doblaron en la arena. Enganchados al tiro de bretones de arrastre de la cuadra de Alain Bonijol, fueron desapareciendo por la rampa empedrada del Anfiteatro, única en su género, y enfilando la puerta de cuadrillas, por donde entran los toreros y los caballos de pica, y donde espera la brigada de carniceros del despiece. Y un par de ambulancias. La puerta es una vieja cancela de barrotes negros incrustada en un arco de media punta. Entre tantos misterios del Anfiteatro cuentan, de un lado, la oscura penumbra de las galerías como catacumbas que conducen a los tendidos, y, de otro, su acústica, dechado de perfección, creada de la nada, o del silencio, por ingenieros romanos de hace dos mil años.
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La fiesta triste de Arles
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