No hay una sola Francia taurina, sino dos, tres, cuatro o más, y cada una de ellas se nutre de savia distinta y se alimenta de personalidad propia. La más rancia de todas es la Francia más antigua. De modo que ha de entenderse lo de rancio en su más noble sentido. La Francia más antigua o más rancia está encarnada en la Federación de Sociedades Taurinas (FSTF) que acaba de celebrar su nonagésimo sexto Congreso anual. Sociedades son peñas y círculos locuaces, activos, integrados en la vida de las municipalidades. Son la sangre de una política taurina muy bien pertrechada.
Noventa y seis congresos anuales -los paréntesis obligados de las dos grandes guerras del siglo XX- son, por su mero número, ejemplo de tenacidad, seña de autoridad, y presencia y voz relevantes. No es lo mismo la Federación que la Unión de Ciudades Taurinas (UVTF): en la una, la fuerza moral, los principios, el bastión y la bandera del toro; en la otra, el poder ejecutivo, la organización de espectáculos, la movilización, el mercado. Y la cara mundana de la fiesta, que es una sustancia clave.
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